Tacho Rufino

No culpes al gin-tonic

Gafas de cerca

23 de julio 2023 - 00:15

No me cabe duda de que usted tiene a estas alturas decidido su voto, ni de que lo que aquí escriba yo afecta a su parte alícuota de la soberanía popular lo que la Atlántida a los merenderos de Saturno.)

Quién sabe qué se le representó a Zapatero en la cabeza a la hora de pergeñar ese discurso de campaña, a la que saltó como señalado baluarte del PSOE: “Somos una especie excepcional… el infinito es el infinito; el universo es infinito muy probablemente, no cabe en nuestra cabeza; pertenecemos a una especie excepcional, somos el único sitio del universo donde se puede leer un libro y donde se puede amar” (tímidas palmas). Aparte de que si algo es infinito y desconocido no cabe designar en ese algo a campeones ni excepciones, prefiero pensar que Zapatero estaba pintoncito (así concluyó un día mi tía la monja que estaba servidor). Peor sería que no lo estuviera, Zp. Que estuviera sobrio.

Un presidente que lo fue del Gobierno de España dos legislaturas, ambas entre las del Aznar del espejismo del ladrillo, hecho ufano Oso Yogui con los zapatos sobre la mesa de la Casa Blanca junto a aquel Bush jr. que se atragantaba con galletas –¿o eran gin-tonics?– y la posterior a Zp del serenísimo Rajoy, que daba vivas al vino, y se fue a tomar gin-tonics mientras se lo estaba laminando Survivor Sánchez en el Parlamento con una moción de censura. Diría uno que la culpa –y el eximente– de todos estos numeritos está en el gin-tonic (o parientes). Pero no eches la culpa al boogie, que decía aquel temazo de Michael Jackson. La culpa de estas sandeces no la tiene la ortodoxa Schweppes con Rives o Gordons, ni sus bastardías de menestra y colorines a doce pavos, en trance de arrime de caballos.

No. La culpa es de la vanidad que, tarde o temprano, posee al Gran Hombre (o Mujer, pero mucho menos). Es difícil que no acabe hecho un gil, un conseguidor y un medio majara aquel que se ve encumbrado por un tren que pasa, por un medre de sede, o, mucho mejor, por méritos propios. Y alcanza el éxito, el reconocimiento público y el correlativo peloteo de rendidos admiradores, hechos flan de sobre. Los asistentes al acto de campaña de Zapatero en San Sebastián tragaron un buen sapo. Qué apuro. Como solía terciar –pura finura– la madre de la monja arriba mencionada, a la sazón mi abuela María, “qué necesidad...”. O sea, acepten el pasodoble taurino: “Manolete, Manolete, si no sabes torear, ¿pa qué te metes?”. No me contendré: ¿Pa qué te metes tantos copazos en el curro, Carl Sagan de Castilla la Vieja? Porque si no es por el vacilón, la cosa no tiene comprensión.

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