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Su propio afán
Lilith Vestrynge será secretaria de Estado, que es un tipo de secretaria que no les parece machista. En la jerarquía (esta jerarquía que tampoco es heteropatriarcal) viene después de un ministro. La cúpula o el cogollito del Gobierno, por tanto. El sueldo es espléndido, y tendrá su chófer, como tantos y tantas, y la posibilidad de contratar su gabinete, y pegarse sus viajes, etc. Su CV y sus idiomas son muy estupendos, aunque ésas son cosas que el dinero puede comprar. Su talento, en cambio, brilla por su ausencia, como puede verse en cualquiera de sus intervenciones públicas y en sus ocurrencias.
Lejos de mí ponerme a especular con las razones que la han llevado a la cumbre del Gobierno del Reino de España. Como no sé a ciencia cierta, no contribuiré a maledicencias o a calumnias, que además no son lo importante. Tampoco me gusta hacer irrisión del físico de nadie ni buscar las fotos en las que una persona sale más fea o más ridícula o con peor dentadura o peor vestida o despeinada o en una morisqueta. Cuando se dibuja una caricatura todos podemos ver o el talento o la mala leche del dibujante, pero también el fotógrafo que escoge una instantánea puede hacer, con su arte u oficio, lo mismo, con más peligro, porque el público no interpone el filtro de la subjetividad como ante una viñeta. No hay nadie que no sea susceptible de salir fatal. Lo remacho por la cuenta que me trae, lo confieso, porque en mi caso lo raro es salir pasable.
Perdonen esta digresión tan puntillosa como puntillista, pero, como decía Luis Rosales, "para ser justo es precioso parecer cobarde", y yo quiero comentar lo de Lilith con asepsia. Lo que está claro es que Vestrynge no ha llegado a su puesto por su trayectoria profesional ni por su experiencia en puestos de responsabilidad. Lo ha hecho por movimientos internos dentro de su partido, donde las relaciones entre las corrientes son fraternales, cual las de Caín y Abel. La han puesto, más que nada, para echar al enemigo más acérrimo, que es el del propio partido, en este caso, Enrique Santiago. Y no sólo eso, sino también por la necesidad de amarrarse a su propio sillón de Pedro Sánchez. El presidente tiene que regalar porciones del Gobierno de España a Podemos para que ellos y ellas hagan de su capa un sayo.
Ya Jules Renard lo dijo todo: "La política debería ser la cosa más bella del mundo: un ciudadano al servicio de su país. Es la más baja".
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