Curiosidades “oscuras”

02 de diciembre 2024 - 03:30

HERÁCLITO de Éfeso, conocido también por “El Oscuro”, nació en la ciudad que completa el nombre por el que es conocido, en el lejano siglo VI a. C., allá por el año 540 antes de nuestra era -según testimonia Apolodoro-.

Un personaje peculiar. Era triste, solitario y melancólico. Misántropo -diríamos que por convicción, no por devoción-, pensador profundo y sobre todo consecuente; hombre tenaz, seguro de sí mismo y muy inteligente.

Su filosofía es un auténtico tesoro, olvidado a causa del brillo, sin duda merecido, de algunas estrellas pensantes que en el tiempo llegaron después de él -Platón y Aristóteles, sobre todo-, o, de modo injusto ensombrecido por la prevalencia -en algunos casos sin intención, en otros con plena consciencia- de pensadores que, siglos después y hasta casi nuestros días, basaron sus teorías en fundamentos que ya había apuntado “El Oscuro”.

Despreciaba al vulgo, sentía auténtica aversión por las masas ociosas y por la inercia mental de un populacho con el que no le resultó posible continuar conviviendo. De modo que vivió en bosques y campiñas, alimentándose de plantas, frutos y raíces; decisión que acabaría por costarle la vida.

Tiempo después, y a causa de su poco adecuado régimen alimenticio, enfermó de hidropesía –“acumulación de humor seroso en los espacios intercelulares de los tejidos subcutáneos o profundos”-. Regresó a la civilización en busca de médico que aliviase su estado. “¿Pueden producir de inundación, sequedad?”, preguntó a los galenos. Estos, desorientados, sin llegar a comprender lo que el filósofo les pedía, no pudieron socorrerle -tampoco hubiesen podido de haberlo entendido-, de modo que Heráclito se encerró en una cuadra y se cubrió de estiércol, ¿para qué? Pues, se le ocurrió que con el calor que generaba la fermentación de la materia orgánica de los deshechos animales con los que cubrió todo su cuerpo, se podría evaporar el “agua” que le “inundaba”, estando ya muy debilitado y enfermo. Como han presumido, lo obvio no dejó de serlo: aquello no funcionó y aquel hombre singular, y a mi entender, único y sobresaliente hasta la genialidad, por la misma causa que con el acontecer de la Historia les sucedería a Isabel I de Castilla, Nostradamus y Miguel de Cervantes, murió.

“El agua”… curioso, “causa” -digámoslo así- de su muerte, y figura de una de las tres doctrinas que estructuran el pensamiento que él construyó: “Todo está en continuo movimiento, como las aguas de un río”, explicaba, por lo que “nadie se puede bañar dos veces en el mismo río”: “Panta rei” –“todo fluye”-.

Pensamos que la intuición de Heráclito, junto a lo prodigioso de su mente y lo inusual de su inteligencia, elaboraron mucho más que una teoría filosófica, que también. En su particular y genuino modo de expresarse, el pensamiento desarrollado por “El Oscuro” sobre “El fuego” como elemento primordial, “La armonía de los contrarios” y por último en lo relativo al “Flujo universal”, insinúa la esencia de lo que serían las bases de, por ejemplo: la teoría de la “Conservación de la energía”: “La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, que desarrollaría Antoine Lavoisier en el siglo XVII; la “Teoría de la relatividad especial” y la “Teoría de la relatividad general”, elaboradas por Albert Einstein a principios del siglo XX; la “Mecánica Cuántica”, iniciada en el año 1900 por Max Planck; el “Principio de incertidumbre” de Heisenberg, en 1927; la “Ruptura espontánea de la simetría” y el “Bosón de Higgs”, en el no muy lejano 1964; o la “Materia exótica” de Thoules, Haldane y Kosterlitzal de, como quien dice, ayer: 2016, año en el que recibieron el Premio Nobel por su trabajo al respecto.

No, no se extrañen. Heráclito pensó, además de en otros asuntos, lo que otras mentes prodigiosas, como la suya fue, plasmarían en fórmulas matemáticas irrefutables, o en experimentos físicos contrastados o no lo suficiente desmentidos.

Hay quien mantiene que el filósofo de Éfeso escribió un libro en el que recogió sus ideas, hay quien sostiene que sólo fueron fragmentos en los que trasladó su pensamiento al papel; en cualquier caso, si el libro llegó a tener cuerpo, nunca supimos de él. Lo que tenemos son un número de “recortes” que varía según el autor de la recopilación: unos separan como distintos lo que otros consideran unidad; pero esto no es relevante, al menos no en demasía. Lo digo, porque Heráclito gustaba de jugar con palabras, puntuaciones y significados, siendo muchas veces poco claro con intención, de ahí su apodo; y el unir o separar frases o palabras puede, seguro que lo hace, influir en la interpretación que se le dé al texto que tenemos por original. De cualquier modo, el maestro se encargó de que, si no todas, varias puertas tuviesen siempre la posibilidad de ser abiertas a la hora de decidir si era esto lo que quiso decir o aquello lo que se empeñó en negar: genio y figura.

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