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La colmena
Cuando saltó la alerta del Covid, tardaron semanas en declarar que estábamos ante una “pandemia sanitaria”. Luego, de la noche a la mañana, tuvimos que aprender a convivir con ella y todo vino rodado: decretos, confinamientos y restricción de libertades. Sin rechistar. Perdíamos familiares, amigos, vecinos a diario y, dejando de lado el populismo oportunista de los negacionistas, no había otra hoja de ruta que escuchar a los científicos, tomar precauciones y sacrificarnos.
Una de las páginas más duras de aquella crisis fue asumir que también éramos víctimas de la “infodemia”: el virus, las fakes, habían atacado el corazón mismo de nuestros canales de información. No hablo de “medios” porque el grueso de quienes se dedicaban a intoxicar no eran periodistas sino lapas de la actualidad. De la tragedia que estábamos viviendo.
La DANA que ha asolado Valencia nos ha vuelto a situar frente al espejo. Del Covid al volcán de La Palma y con muy pocas lecciones aprendidas. Casi medio siglo de Estado democrático y cuánto cuesta reaccionar. Me refiero a la política, a la eficacia en la capacidad de respuesta y a la obligada coordinación institucional.
Cinco minutos. Escucho en la radio al dueño de un centro comercial explicar cómo la llamada de alerta de una trabajadora desde otra zona del pueblo les hizo reaccionar evacuando y desalojando las instalaciones. Se salvaron vidas. Da igual cuántas; solo una justificaba la medida.
Como esta historia hay miles. No hay que inventarlas ni que dramatizar. Los titulares son tan implacables, tanto los terribles que tienen que ver con las pérdidas como los de esperanza que nos muestran la heroicidad de la gente, que hablan por sí solos. Por eso, cuando el fango ya llega a las rodillas, ¿de verdad es necesario ensuciarse más en un directo para aparentar? Es una anécdota... o no.
Esto se estudia en primero de carrera. Pero hablo de ética y deontología en una sociedad rendida al espectáculo. Tan obsesionados y ciegos estamos con la tecnología, que parece que hemos descuidado dónde está el alma de los medios: en la información veraz, honesta, rigurosa y contrastada. La que tiene una utilidad, la que nos sirve y nos alienta. La que es nuestros ojos y nuestros oídos donde se produce la tragedia. Como están haciendo decenas de periodistas y medios (serios y profesionales aunque cueste tener que hacer este matiz) desplegados en la zona. Lo otro es carroña y postureo. Otra lección más que seguimos sin aprender.
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