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El lado bueno
Cuando quisieras estar en otro lugar lejos del que estás ahora mismo, otro al que soñaste cuando ansiabas las vacaciones de Semana Santa… Lo idealizaste. La sensación de espera regocijante ante un viaje o escapada. Parece más dulce el sueño que la realidad. Como cuando tienes un recuerdo en la infancia y al volver después de tantos años sientes que todo es más pequeño.
Quizás estés con la familia y piensas que con dos días hubiera sido suficiente, hay demasiado ruido en una casa que ya no sientes tuya: lo que querías en realidad era estar tranquilo y terminar de coser las cortinas de tu salón. Comidas interminables, charlas intrascendentes, procesiones con dolor de pies y digestiones pesadas.
Puede que este año te hayas ido lejos para cumplir la promesa que te hiciste el año anterior tras las fiestas: ¡una y no más, Santo Tomás! Has dejado los compromisos de lado para poner rumbo a villa deseo.
Los que están solos quieren compañía, los que están rodeados de gente quieren soledad. Algunos están donde desean, otros querrían escapar. Tu hijo no viene a verte, a tu yerno no lo puedes echar; tu marido que no pone la mesa y la miel a las torrijas tienes que untar.
Rimas que brotan solas cuando escribo sobre el hastío y la cotidianidad: son como sonrisas terroríficas que no puedo evitar.
La cuestión es ¿hasta qué punto dejamos de hacer lo que queremos por lo que quieren los demás o por lo que deberíamos hacer? La palabra compromiso lleva adherida en su significado una búsqueda voluntaria del bienestar general por encima del particular. A esta palabreja, que nos sirve a veces de excusa para no asistir a un nuevo evento, le tenemos asignada connotaciones negativas; por lo menos es lo primero que me viene a la cabeza cuando digo que tengo un compromiso. Estamos manchando la esencia de su origen, por lo que nos debería dar vergüenza. Estamos en un punto en el que prima la individualidad frente a la colectividad y quizás nos estemos pasando de la raya.
A los que se les ponen los pelos de punta cuando hay una comida familiar; a los que rezan para que no les inviten a la boda; a los que se van corriendo para no tomarse una cerveza con los compañeros de trabajo; a los que hay que quitarle el pijama a la fuerza para que salgan de casa y les de el sol. A los que nunca contestan a los mensajes del grupo de amigos: intentadlo, aunque sea un poquito.
Pero el caso más preocupante es el de aquellas personas que no pueden salir de la espiral en la que se han metido: no pueden decidir nada y si deciden algo es para mal y lo que les gustaría hacer no estaría bien visto. Recemos por ellas, no se puede hacer otra cosa. Seguramente si ves a alguien con los hombros caídos, la mirada perdida y triste, puede que sea una de estas personas: sé empático, no hurgues en la herida y apóyalo.
El único consejo que te puedo dar es que si puedes hacer más torrijas hazlas: nunca son demasiadas.
Disfruta si puedes de lo que queda de semana haciendo lo que quieras o lo que puedas.
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Gracias, Errejón