Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
La esquina
Hay muchas fórmulas para que los partidos premien a sus leales o a los desleales ajenos (también llamados tránsfugas). Por ejemplo, la colocación en instituciones que gobiernan temporalmente, como las diputaciones provinciales, su contratación como asesores en la materia que haga falta aunque no sepan nada de la misma o la creación de nuevos organismos en los que cobijar a los fieles que quedaron desamparados.
¿Cuántos miembros designados de Diputaciones son alcaldes que han perdido las elecciones y ni se resignan a quedarse en la oposición municipal ni aceptan buscar un trabajo en el sector privado? Innumerables en toda España. ¿Cuántos asesores han cambiado de especialidad al cambiar de jefe, como los cinco que tenía Pablo Iglesias en la Vicepresidencia y ahora los tiene Belarra en Derechos Sociales? Muchos en toda España. ¿Cuántos militantes, simpatizantes o familiares han pasado y pasan por organismos de nuevo cuño, innecesarios, superfluos y gastosos? Recuerden la proliferación de estos chiringuitos en la etapa anterior de la Junta de Andalucía. Muchos de ellos no mejoraron la gestión pública, pero sirvieron para colocar a bastantes descolocados.
No obstante, el espectáculo más llamativo lo dan los desleales: tránsfugas que abandonan un barco que zozobra para refugiarse en otro que tiene el viento a favor y le promete una recompensa inmediata. Esta semana el paradigma del transfuguismo lo ha representado Toni Cantó, a quien no se sabe si llamar ex actor o actor en activo que está protagonizando su papel más conseguido.
Conseguido y trabajado, porque ha debido de costarle mucho ser diputado de UPyD, dejar este partido para incorporarse a Ciudadanos -también con escaño y cargo orgánico- y pasarse de Cs al Partido Popular en vísperas del resonante triunfo de Ayuso. Como no pudo ser candidato a la Asamblea de Madrid, por no estar empadronado, ni consejero de la Comunidad porque Ayuso no lo quiso, la presidenta madrileña lo ha puesto al frente de la Oficina del Español para convertir Madrid en la capital de nuestro idioma en Europa, sea esto lo que sea.
Un chiringuito, en fin. Cobrará 75.000 euros, no por rascarse los huevos, como ha dicho soezmente el alcalde socialista de Valladolid, que tenía cuentas pendientes con el actor, sino por presidir un organismo superfluo, pomposo y que no valdrá para nada. Seguro que viajará mucho y se reunirá más, pero lo que le abonará el PP es su traición a Cs. O sea, que Roma sí paga a traidores.
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