Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Voces nuevas
Cierro los ojos y huelo el café recién hecho de mi padre, que está en la cocina hablando de la vida con mi madre. Puedo recordar mi sensación de calma metida en la cama, con mi hermana al otro extremo, con ese confort y esa paz que solo la familia, cuando eres niña, puede brindarte. Son días para recordar, para echar la vista atrás y para pasar tiempo con los que ya no están a través de instantes que seguirán existiendo por siempre en nuestra memoria. Perdí a mi padre hace ya siete años, pero no pasa ni un solo día en el que no añore cada palabra, cada gesto o cada detalle suyo. En especial, cuando llega el puente de la Inmaculada, ese nudo en la garganta se hace especialmente intenso. Son días para vivir en familia o, al menos, así me lo enseñaron. En el árbol de Navidad, en el Belén, en el adorno navideño que coronaba la puerta de entrada a casa, en el almuerzo, en el café con tortitas en las mañanas, en los villancicos de camino en el coche, en ese sitio mullidito del sofá que quedó vacío tras marcharse… en todos esos momentos está él presente. Seguro que para muchos estos día significa compras, diversión, juerga, ocio… pero para mí y supongo que para otro gran porcentaje de personas, también supone un dolor inmenso, rotundo e irremediablemente sin cura. Un dolor sin más solución que la que da el tiempo. Porque dicen que con los años las ausencias escuecen menos y puede que sea cierto, pero hay heridas que nunca se cerrarán. Son las heridas del alma, aquellas tan profundas que solo encuentran consuelo en la creencia de que más allá existe un cielo, un universo u otra dimensión donde tu padre, tu abuelo o esa persona querida que ya no está, te espera para volver a abrazarte. Y digo esto porque es precisamente en estas fechas cuando hay que aprovechar para disfrutar al máximo de nuestros seres queridos. Yo tuve la suerte de exprimir cada Navidad con los míos. Eso me lo llevo. Y ahora, aún con ausencias irreparables, sigo agradeciendo cada ratito con mi madre, con mis hermanos, con mis sobrinos… ¿No es esa la esencia de estas fechas? ¿No es acaso lo más importante de tener cinco días de puente? Lo más valioso no se compra ni se postea en Instagram. Lo más valioso lo tenemos al lado y debemos reparar en ello, disfrutarlo, valorarlo y cuidarlo como un tesoro. Este Día de la Inmaculada mi padre no me preparará café, mi hermana tiene una familia propia, mi hermano está fuera y la valiente de mi madre viaja con sus amigos. Pero yo me siento con ellos a través de estas líneas. Porque aunque la vida no deje de girar y cada Navidad sea distinta, hay algo que se mantiene intacto aunque pasen los años: el amor hacia ellos. Hacia los que nos dejaron, a los que están y a los que, por suerte, acaban de llegar.
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