Álvaro García de Luján Sánchez de Puerta

La Diáspora jerezana, el Scalextric de Atocha y el mito

25 de diciembre 2024 - 14:01

La Diáspora, para las que varias generaciones, fueron un Seat Ritmo 65 L cinco plazas y un Austin Morris 1100 color guinda atravesando el viejo y desaparecido scalextric sobre la glorieta de Atocha de Madrid. El primero lo conducía mi padre y el segundo, Tío Manolo Fernández. Hubo pocos más. Eran principios de los ´80, a lo sumo. Y éramos razonablemente felices.

Mientras ambos conducían dos coches ochenteros camino de Jerez, algo rondaba por sus cabezas. La Diáspora, por ejemplo. Por delante, al menos, siete horas de coche en carretera -se llegaba, oiga- hasta llegar a El Cuervo, provincia de Sevilla. Ya saben aquello: “de El Cuervo pá bajo está el ajo”.

Jerez y Madrid. No es cualquier cosa. Y viceversa, siempre ha sido una gran historia de amor. En muchas ocasiones, los mitos comienzan casi sin darnos cuenta. Y eso fue lo que nos pasó a una generación entera. Porque me refiero a la Diáspora.

Cuenta la leyenda que corría el año de 1969 cuando un grupo de jerezanos exiliados en el Gran Madrid entre la nostalgia de la calle Larga y el mito matritense que los acogió. Se fundó en la Real Gran Peña de Madrid, en plena Gran Vía, y en sus primeros años la famosa "Berza de Navidad" se celebró en sus regios salones, con la colaboración del jerezano “Don Paco” Román quien, desde su Bar en la calle Caballero de Gracia, enseñó a los cocineros del elegante casino, cómo guisar una berza jerezana. Estuvo presidida por Miguel García de Luján y el primer homenajeado fue el escritor Caballero Bonald. Entre la larga lista de homenajeados año tras año por la Diáspora sobresalen figuras egregias tales como Rafael de Paula, José Mercé, Manuel Alejandro, Miguel García de Luján, Ismael Jordi, Bertín Osborne, el matador de toros Padilla, Beltrán Domecq, Miguel Primo de Rivera o Manuel Fernández Garcia-Figueras, sin par presidente de la Diáspora durante tantos años.

El Hotel Mediodía y la Cuesta Moyano servían de testigos elegantes e impenitentes ante tal hazaña. Papá, a dónde vamos. A Jerez, niño. Subimos y bajamos el brutalista scalextric de Atocha y no hubo más que hablar.

Ha corrido el tiempo. Y que siga haciéndolo.

También Rafael Pantoja, otro jerezano con bares y restaurantes en Madrid, ayudó a la Diáspora con sus sabios y peculiares consejos. Visitaban a menudo aquellos jerezanos y otros no tan jerezanos pero enamorados de aquella tierra, el Bar La Venencia, sito en calle Echegaray, que ha sido y es el único Bar del mundo donde sólo se sirve jerez. Nada de refrescos, cervezas y otros mejunjes bárbaros. Faustino, el dueño del Bar Juanito en Jerez, llevaba cada año -en un taxi jerezano- un elegante y selecto postre de pestiños y turrones. El eminente y maestro de la vida Alberto García de Luján que no faltaba ningún año.

El pasado 16 de diciembre tuvo lugar en Madrid el encuentro y berza navideña anuales de los jerezanos de la Diáspora madrileña. En esta ocasión, se ha rendido homenaje a Mauricio González-Gordon ha sido celebrada en la Casa Club de Madrid presidida en la actualidad por Michi Primo de Rivera.

Para los que no somos jerezanos de nacimiento pero sí descendientes -por rama paterna, en mi caso- Jerez sigue siendo tal misterio como el de mis adorados ummitas. Sin vacile. En aquellos viajes de mi infancia a Jerez en un Seat Ritmo, era mi padre girar a la altura de Écija y coger por la abollada carretera de Marchena, y saber que la aparición de un alienígena era posible, en mi mentalidad de niño pera, claro. Las altas torres de la basílica del Palmar de Toya se erguían desafiantes en un recodo de la carretera, invocadoras de un más allá que ya quisiera el gran presentador y ufólogo ochentero Jiménez del Oso. Pero no, nunca tuve la suerte de encontrarme con un platillo volante aterrizando en mitad de la carretera de Marchena ni un Carlos Jesús invocando a hombrecillos verdes con antenas en la cabeza. Qué locas y desorbitantes décadas de los ´80 y ´90 disfrutamos, amigos míos.

Pasada Utrera, ya todo era cuesta abajo hasta Jerez. Se sentía algo distinto en el aire, ni mejor ni peor, solo distinto. Llegados a la ciudad atravesábamos la barriada España. La iluminación nunca fue la mejor aliada para una ciudad como Jerez pero recuerdo espectaculares carteles de luces de neón de bodegas y marcas de brandy coronando altos edificios en sus avenidas al atravesarlas en aquel viejo Seat por la noche.

Y Jerez sigue ahí, por encima de tirios y troyanos, a veces desperezándose y otras regalando un modo de vivir al Mundo. Y yo creo que, aún, un puñado de jerezanos no tienen ni la menor idea de lo que tienen. Y otros, ni quieren.

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