La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
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EN su lúcido retrato de Benedicto XVI escribía ayer en El País Mario Vargas Llosa: "Era un hombre de biblioteca y de cátedra, de reflexión y de estudio, seguramente uno de los Pontífices más inteligentes y cultos que ha tenido en toda su historia la Iglesia católica. En una época en que las ideas y las razones importan mucho menos que las imágenes y los gestos, Joseph Ratzinger era ya un anacronismo, pues pertenecía a lo más conspicuo de una especie en extinción: el intelectual".
Pues este intelectual ha sido el Papa más revolucionario desde Juan XXIII. Cuando el gordito y conservador cardenal Roncalli fue proclamado Papa lo que se esperaba era un corto pontificado (tenía 77 años) de transición pacífica. En lo primero acertaron: solo fue Papa cinco años. Pero le cundió el tiempo: Mater et Magistra, Pacem in terris y Vaticano II.
Benedicto XVI también fue proclamado Papa tras el largo pontificado (19 años duró el de Pío XII y 27 el de Juan Pablo II) de un Papa carismático (Pío XII fue el místico Pastor Angélico y Juan Pablo II el Papa mediático). Tras el distante y aristocrático arrebato místico de Pío XII, el gordinflón bondadoso y un tanto campesino que quiso ser el párroco del mundo. Tras el Papa actor con pasión por los escenarios gigantescos y las multitudes inmensas, el tímido intelectual de jardín, libro y despacho. Dos Papas de transición, decían quienes creen entender de esto. Pues ambos, pese a sus brevísimos pontificados y a la diferencia de sus personalidades -el santo y el intelectual-, han hecho historia.
La lucha contra los escándalos sexuales y financieros que han sacudido a la Iglesia y al Vaticano no ha sido ganada por Benedicto XVI, pero nadie ha ido tan lejos como él para atajarlas y en las últimas semanas de intensa actividad ha procurado despejar el camino para que su sucesor pueda proseguir esta obra necesaria. Su aprecio de Dios y desprecio del poder, que quienes le hemos leído conocíamos bien, ha quedado de manifiesto con el gesto no visto en seis siglos de su renuncia. Con esto ha dado un paso gigantesco en la normalización, humanización y desacralización del papado. La idolatría preocupaba mucho a este hombre. Hasta alguna moderna idolatría de la comunidad de creyentes le disgustaba. No digamos ya el culto a la personalidad. Su inmenso gesto de libertad es también un mensaje para la Iglesia del futuro: sólo Dios es Dios.
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