Alberto Núñez Seoane

Dudas

Tierra de nadie

09 de septiembre 2024 - 03:30

HABLAR suele ser más fácil que escribir. Las palabras se las lleva el viento, lo escrito, sin embargo, permanece. Decir tonterías parece, hoy, estar no sólo permitido, si no aplaudido: vivimos un mundo en el que la inteligencia ha de permanecer callada para no incomodar a la estupidez. Pero escribir sandeces es mucho más grave: quedan presentes, como testigos incómodos de la necedad de quien las plasmó sobre un papel, físico o virtual, da igual. Por eso, a los que tenemos cierta dosis de vergüenza torera, en ocasiones nos invade una sombra de conciencia responsable, una duda razonable de que si lo que escribimos, cuando menos, no sea una absoluta estupidez. Y entonces podemos hacer una de estas tres cosas: dejar de escribir; hacerlo con mucho más cuidado y extremando la prevención; o continuar como hasta ahora, sin hacer el menor caso de la apremiante incertidumbre que nos acerca a la inquietud.

Dejar de escribir implicaría una especie de muerte existencial de quien ha hecho de la escritura parte sustancial de su vida. Escribir es un grado de comunicar al que, cuando se accede, ya no se puede renunciar; no se puede abandonar sin prescindir de parte de lo que tú ya eres: seria como el cantante que pierde la voz, el pintor al que se priva del sentido de la vista, el músico -salvo Beethoven, claro- que no puede oír. Al margen de lo que quieras contar, cuando escribes creas, modelas un mundo que pasa de las entrañas en las que se ha criado, las tuyas, al universo conocido que compartes con quien te rodea, en el que vives y eres. Escribir es como parir, con la sustancial diferencia, no sé si pueda ser ventaja, de que el sufrimiento es mental y no físico. No he parido nunca, no puedo saber cuánto se puede llegar a sufrir, pero si he sufrido escribiendo y, créanme que mucho más no se puede padecer, entrarías entonces en terrenos tan pantanosos que no podrías salir. Si tuviese que dejar de escribir, probablemente dejaría también de hablar, pues dejaría de tener mucho sentido vivir.

No hay que esperar a que la duda llegue para cuidarte en lo que escribes, cosa bien distinta es llegar al extremo de modificar lo que va de la mente a la mano con tal de no errar. Equivocarse es sano, escribiendo, que es una forma de vivir, y también viviendo; alterar lo que sientes, atenuar lo que te indigna, consentir lo que no has de permitir, burlar la verdad o ensalzar la mentira, no es si no negarte, a ti primero, tu dignidad después y la lealtad que debes a quien te pueda leer, por fin.

Cuando escribo lo hago para mí, no pienso a quien va a gustar o a quien disgustará. Es obvio que escribimos para que alguien nos lea: mi primer sentimiento, al escribir, es el de comunicar; luego, expresar; después, transmitir. Pero, creo, que mantener la lealtad con uno mismo es intocable, si no lo haces mientes: comienzas por mentirte a ti y terminas por engañar a quien te lea, diciendo lo que no piensas, sosteniendo en lo que no crees, escribiendo -o sea: siendo- quien no eres.

Es, en mi opinión, imprescindible ejercer la libertad que determina nuestra condición para poder llegar a escribir con propiedad, para no dejar de ser quién eres yendo en busca del aplauso, el reconocimiento, la fama o el dinero; luego criticarán, te denostarán o gustará lo que hayas “parido”, pero seguirás siendo , a través de tus letras, quien eres, y, con suerte, habrá alguien, en alguna parte, que algún día lea lo que escribiste y piense en lo que le dijiste; con eso basta, con eso vale.

Continuar escribiendo, como lo has estado haciendo siempre, sin detenerte a meditar, sin tomar conciencia clara de lo que quieres y de a que estás dispuesto, sin dar a lo que haces

la importancia que tiene, sea mucha, poca o ninguna, después que la duda a la que me refiero te haya asaltado, sólo lo veo posible en caso de que seas cretino, inconsciente o estúpido, o un poco de los tres. Las cosas siempre ocurren por alguna razón, si la duda viene es para “decirte” que pienses, aconsejarte reflexión, para advertirte contra la siempre insoportable y factible presunción.

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