Ecos de sociedad: Jerez, Quevedo, la Plazuela, Mariscal, Soler… (y II)

Jerez íntimo

Enrique de Mora, Enrique Soler y Alejandro Aguilar en la sala capitular de la Amargura.
Enrique de Mora, Enrique Soler y Alejandro Aguilar en la sala capitular de la Amargura.

27 de noviembre 2024 - 02:12

Aunque una de las normas básicas de la comunicación efectiva estriba en no cambiar repentinamente de tema, tampoco es menos cierto que las digresiones -que no dispersiones- del sacerdote Enrique Soler son antológicas. De simpatía, ingenio, ocurrencia y también de efectos colaterales no a beneficio de inventario sino de argumentario. Enrique posee sobrada capacidad comunicacional. En la Sala Capitular de la Amargura además evidenció un gesto muy de agradecer a tenor -y nadando a la contra- de la imperante tendencia a la magnesia del mínimo esfuerzo: llevó la conferencia escrita. Negro sobre blanco. A fondo. Currada al pie de la letra. Batiéndose el contenido del encargo. Ni por asomo una intervención que aborde la encomienda a la ligera por salir del paso. Se sinceró Enrique con la selecta, aunque no por ello escasa, concurrencia. El tema que le había propuesto su tocayo Enrique de Mora, ‘Hermandades y secularización: retos y límites’, no era su especialización y, a resultas de lo cual, el párroco de San Pedro hizo los deberes con aplicado acometimiento. Su compromiso con la causa, y con el III Ciclo de Conferencias de la Hermandad de la Amargura ‘Cuestiones morales de nuestro tiempo’, así lo precisaba. ¿Verdad que sí, hermanos mayores Francisco Javier Román Azores (Coronación), Eusebio Castañeda Sánchez (Loreto) y Alejandro Aguilar Abad (Flagelación, corporación anfitriona)? ¿Estáis conmigo, Manolo Montenegro Flores, Pepe Arellano, José Montiel Casado, Pepe Salguero, Eva Riverol Rodriguez y José Antonio Domínguez, el letrado Alberto Escudier, Mari Ángeles Gago, Jesús Lobato, José Antonio Faiguel, Víctor y Eduardo Velo, Jesús Salido, Paco Garrido y Jesús Coca?

De la mano de Enrique Soler aprendimos por largo -y no precisamente racheado-. Se nos fue el tiempo volando, con alas de cabañuelas tan de novela de la nueva narrativa andaluza de Antonio Burgos. Advertí en nuestro sacerdote -cofrade de Lanzada- una pronta amenidad docente y, de súbito, recordé, como por una suerte de asociación de ideas, la nunca cacareada frase de Pierre Bourdieu: “El objetivo de mi trabajo es mostrar que la cultura y la educación no son simples pasatiempos o influencias menores”. Enrique evangelizó, concienció, profundizó. Puso el dedo en la llaga y los puntos sobre las íes, precisamente como el título de aquel memorable programa televisivo de índole cofradiera a la sazón presentado, años ha, por Enrique de Mora. La atención del auditorio no fue fija discontinua, sino fija indefinida. Al arrimo de algún anecdotario nos reímos a mandíbula batiente. Sobre todo después de aquel “¡Hija, se presta tanto!” o aquello otro de “si usted, señora, peca con la mano la mitad que lo hace con la lengua…”. Enrique despliega un natural sentido del humor. Para subrayar verdades como puños. Estableció paralelismos y concomitancias entre la religiosidad popular y la piedad popular. Quienes critican esta manifestación de Fe prefieren usar el término religiosidad y así apelar a su carácter antropológico. “Las hermandades forman parte de la religiosidad popular pero no la agotan”, matizó.

Afeó que algunas hermandades, posiblemente buena parte de estas corporaciones, se hayan erigido en oráculos que interpretan el recto sentir del pueblo. Apelando, por veces gratuitamente, al socorrido “Vox populi, vox Dei”. Sobre la profusión de ciertos modismos, otro cariñoso zasca: “Ahora, cuando una Virgen sale en rosario a la calle, sólo importa el quinteto de viento”. Interesante aportación las fuentes que sirvieron de inspiración a Rodríguez Ojeda, “quien nunca salió de la sombra de la Giralda y sin embargo supo revolucionar pasando del bordado simétrico al asimétrico y del asimétrico al regionalismo, etcétera”. Abordó el anticlericalismo, los pactos de Beltrán, el recomendable artículo del profesor de Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla Santiago Navarrete de la Fuente cuyo título lo dice todo: ‘De guardianes de la tradición a aficionados sin Dios’: “La interpretación de la secularización y su validez para explicar la historia reciente ha suscitado un importante debate en las últimas décadas. En el caso de España, puede constatarse una progresiva pérdida de relevancia de la dimensión religiosa de la sociedad en amplios parámetros que contrasta con el vigor sin precedentes de distintas manifestaciones religiosas, especialmente las relacionadas con el factor popular y folclórico (…) En este trabajo proponemos aportar hipótesis explicativas que permitan abordar una de las paradojas más llamativas de la dimensión religiosa de la sociedad de nuestros días”.

Habló Enrique Soler a propósito de la importancia y la trascendencia del documento de los obispos del Sur de 1982. El cofrade debe ser consecuente y coherente. Las hermandades son, ante todo, Iglesia. Identidad, institucionalización, expansión. ¿Qué dirección tomar ante los retos del futuro? “Dos claves: a) la cuestión formativa y B) un plan pastoral en serio (donde la Iglesia deje claro qué quiere de ellas, de las hermandades)”. Y es que, como revela el Eclesiastés, todo tiene su momento oportuno; hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: tiempo para guardar y tiempo para desechar; tiempo para rasgar y tiempo para coser; tiempo para callar y tiempo para hablar; tiempo para amar y tiempo para odiar; tiempo para la guerra y tiempo para la paz…

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