Alejandro Gordon

El ejemplo de los mártires: el ejemplo de un jerezano

13 de agosto 2024 - 13:28

Existe una antigua costumbre religiosa, la de poner nombres de santos a los bautizandos, a fin de implorar su protección. Así, en la pila bautismal que aún se conserva en la Iglesia de San Miguel, el 15 de octubre de 1902 fue bautizado el Beato José Ignacio Gordon de la Serna, jerezano de nacimiento, con los nombres de José, Ignacio, Eduardo, Ramón, María del Perpetuo Socorro, Teresa, de los Sagrados Corazones de Jesús, y María de la Santísima Trinidad. Como verá el lector, no fueron pocos los nombres, y si lo fueron de gran importancia en la protección de este niño que demostró una gran hombría, cuando, casi 34 años después, el 13 de agosto de 1936, fue asesinado vilmente a causa de su fe.

En el año 197 (D.C.), Tertuliano, escribió: “La sangre [de los mártires] es semilla de los cristianos”. Encontramos la misma idea ya a mitad del siglo II, en el discurso de autor desconocido dirigido al pagano Diogneto: “¿No ves que [los cristianos], arrojados a las fieras con el fin de que renieguen del Señor, no se dejan vencer? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?” (7, 7-8).

Ese ejemplo es el que siguió con gran valentía un jovencísimo sacerdote Claretiano, cuando dando testimonio de Fe, dio su vida por Dios. Los mártires son patrimonio de la Iglesia Universal, no sólo de la española, su veneración por tanto, debe formar parte de todos los cristianos, sean cuales sea su procedencia. Pero si extraordinario es, a ojos nuestros su martirio, no debe serlo tanto las circunstancias que al Beato José Ignacio le tocó vivir. Él tuvo que ejercer su sacerdocio en una época enormemente convulsa, como puede ser en gran medida la actual , en la que ser sacerdote no estaba bien visto y no era considerado precisamente “moderno”.

No por ello dejó de dar testimonio de fe, con un gran apostolado por su parte, fruto del mismo fue su labor como director en el colegio que los Claretianos fundaron en Játiva (Valencia). Fueron muchos los jóvenes que pasaron por allí y pudieron conocer de primera mano la fama de santidad de José Ignacio.

San Juan Pablo II se mostraba convencido de la santidad de los mártires cuando, en el año del Gran Jubileo del año 2000, decía en su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del siglo XX: “Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda renovación cristiana!” (Insegnamenti, 23/1, 776).

Ese ejemplo del Beato jerezano debe actualizarse en nuestros días, como dijo San Ambrosio, refiriéndose a su tiempo, cuando ya las persecuciones exteriores habían acabado: “¡Cuántos hoy son mártires en secreto y dan testimonio al Señor Jesús!” .

Sírvanos por tanto la vida y obra de un joven sacerdote que salió de esa “zona de confort” que se dice ahora, para proclamar la importancia de acercarnos a Dios, de saber perdonar (como él hizo antes de morir a sus posteriores asesinos), y de ser capaces de olvidar nuestras pequeñas o grandes incomodidades diarias, por los demás. Acerquémos por tanto a nuestro querido Beato José Ignacio y aprovechemos la oportunidad que se nos brinda, estando él en el cielo, para pedirle que nos haga estar cerca de Cristo y de la vida de los santos.

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