
Monticello
Víctor J. Vázquez
Una pérdida de tiempo
Línea de Fondo
EL deportista entrena durante la semana, prepara el partido, analiza al rival, estudia los posibles movimientos del contrario, se predispones física y mentalmente para afrontar el partido, pero a la hora de la verdad, por muy controlado que creamos tenerlo, nada, ni nadie te garantiza ganar el partido. Es esto lo que hace grande al deporte en general.
A veces la superioridad de uno de los dos equipos es tan grande que de antemano todos sabemos el resultado, pero la historia en el fútbol, baloncesto o balonmano nos ha dejado pruebas más que suficientes para remarcar que una cosa es ser favorito indiscutible y otra bien distinta es ganar el partido.
Ante un encuentro importante, los deportistas siempre han afrontado las horas previas según su forma de ser. Recuerdo una entrevista de José María García a Romario en la jornada previa a la disputa de la final del Campeonato del Mundo de fútbol en Estados Unidos entre Brasil e Italia. El astro brasileño vino a decirle al periodista español que jugar aquella final para él era algo similar a jugar con sus amigos un partidillo en la playa de Copacabana. Sin embargo, yo tuve a un compañero y capitán de mi equipo de balonmano que en el vestuario, justo antes de salir a jugar, se le descomponía el vientre y tenía que pasar previamente por el servicio casi siempre antes de jugar. Recientemente, hemos podido ver a Lamine Yamal dormido en el autobús camino del estadio para jugar la final de la Eurocopa, como si la cosa no fuera con él.
Pero quizás uno de los momentos donde la gestión de la presión, de las emociones, de la responsabilidad se vive con mayor intensidad es el que se produce en el túnel de vestuarios justo en los instantes previos a de saltar al terreno de juego para disputar el partido. Ahí, la tensión está a flor de piel, se puede palpar, notas como la adrenalina te empuja a saltar, a gritar, a animar a los compañeros. Escuchas los latidos de tu corazón como si fueran amplificados por la megafonía del estadio. Escuchas el rugido de la afición y al mismo tiempo notas como si estuvieras aislado del mundo.
En tan solo unos instantes repasas todo lo que se supone que tienes que hacer, todo aquello que has entrenado, pero al mismo tiempo tienes la sensación de que algo se te ha olvidado, de que has pasado por alto algo verdaderamente importe. Te recorre por el cuerpo un escalofrío. Entonces algún compañero te da un golpe de apoyo en la espalda o en el pecho, escuchas gritos de ánimo de tus compañeros, el recurrente “a ganar” o el “vamos, vamos”, el equipo se conjura y como por arte de magia te vuelves a meter en el partido que tienes que jugar.
Tras esos instantes de tensión, el árbitro ordena entrar al terreno de juego y es ahí donde sacas todo lo que tienes. Todo lo bueno y todo lo malo, ya no hay entrenamiento que valga, ya no vale ninguna simulación, una vez que sales del túnel de vestuarios solo estás tú, tu equipo, el rival y lo único que podemos hacer es jugar el partido de la mejor forma posible, el túnel quedó atrás.
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