La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
La esquina
No ha tenido un ministerio de relumbrón y su gestión ha sido más bien guadianesca, alternando apariciones llamativas con largos periodos de reserva y oscurecimiento, pero Alberto Garzón ha hecho una labor estimable al frente de Consumo.
Su secreto quizás haya estado en asumir con naturalidad el paso de las musas al teatro. Quiero decir: sustituir las ensoñaciones ideológicas por las pequeñas conquistas sociales que afectan a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Dejar de maquinar en favor de la revolución pendiente para trabajar por las cosas concretas que mejoran la vida de la gente. De la utopía futurible condenada a pudrirse a las reivindicaciones prácticas y transversales que proporcionan bienestar a las mayorías.
Empezó populista y temerario con aquella campaña de rechazo al consumo de carne española –por la presión al medio ambiente y el maltrato animal– y sus amagos contra los alimentos y bebidas infantiles excesivos en grasa, azúcar o sal, pero luego se enmendó para dedicarse a aliviar los quebrantos de los ciudadanos como consumidores (sin librarnos del insufrible “personas consumidoras vulnerables”, eso sí), que somos prácticamente todos sin distinción de ideología, género, clase social ni renta.
En este tiempo ha aumentado de dos a tres años el periodo de garantía de los electrodomésticos, ha puesto fin al abuso del teléfono de tarificación especial con el que se sangraba a las economías familiares, ha restringido la publicidad de los juegos de azar para frenar la creciente ludopatía, ha expedientado a varias compañías aéreas por no ofrecer atención telefónica gratuita a sus clientes o por obstaculizar su acceso y ha abierto otros expedientes a líneas aéreas de bajo coste que tienen la mala costumbre de cobrar al usuario por su equipaje de mano y ocultar en su publicidad la exigencia de ese sobrecoste para atraer al viajero/víctima mejor que sus competidores. También ha impulsado una modificación legal que reconoce el derecho a no recibir llamadas telefónicas no deseadas de comunicación comercial (las famosas spam), aunque de manera insuficiente para los fines perseguidos debido a ciertas lagunas y trucos de los llamantes, cuya condición molesta conocen todos los lectores. Sobre todo en la sobremesa. De los bancos mejor hablamos otro día.
En fin, Alberto Garzón ha ejercido su cargo con sensatez y humildad. Con más sentido común que ideología.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Memoria de Auschwitz
La colmena
Magdalena Trillo
Gracias, Errejón