Elogio del modesto bienestar

La ciudad y los días

28 de junio 2024 - 03:05

Se ha cargado con saña contra el concepto pequeño burgués de “colocarse” (acomodar a alguien, poniéndolo en algún estado o empleo) ya sea desde una cierta marginalidad reivindicativa que daba un sentido muy distinto a “colocarse” o, curiosamente, porque son lo opuesto, desde el universo de los emprendedores. Está muy bien que haya quienes quieran crecer, arriesgarse creando empresas imaginativas, trabajar (y hacer trabajar) 12 o más horas diarias. Son esenciales para el progreso económico que, si las cosas se hacen bien, repercute en el progreso social. Y hasta revolucionan el mundo desarrollando lo que nació, como quiere el tópico, con unos jóvenes trabajando en el garaje de su casa familiar. Ya saben, Steve Wozniak y Steve Jobs o Larry Page y Sergey Brin en la cumbre. Y por debajo de ellos miles, millones, de voluntariosos jóvenes emprendedores trabajando, innovando, creando equipos, apurando las posibilidades de los nuevos medios.

Todo está muy bien… Pero, ¿por qué se carga con tanto desprecio contra quien solo aspira a tener un trabajo estable, dignamente remunerado, con un horario razonable y entrar joven en una empresa, una tienda o un banco –“la colocación”– con la aspiración de jubilarse en ella? ¿No tienen derecho a aspirar a esa estabilidad –cada vez más difícil de encontrar, si no ya perdida del todo– y esa modesta seguridad de la aurea mediocritas que la RAE define como “estado de quien vive satisfecho con una vida convencional y un relativo bienestar, sin envidia ni codicia”? Sin embargo, pocos grupos humanos han sido tan virulentamente caricaturizados y despreciados en novelas, obras de teatro o películas como la clase media y su aspiración a un modesto y discreto bienestar que quizás nadie, al menos que yo conozca, ha definido mejor con menos palabras que Blanco White: “Modesto bienestar ensanchado por la alegría y por la mesura de los deseos, honrada mediocridad que no se atraía el respeto por la opulencia ni por el poder, sino por el pundonor heredado”.

Otra monserga relacionada con lo anterior es la de la necesidad de abandonar la zona de confort en la que la persona se siente segura y no asume riesgos, pero tampoco crece personal y profesionalmente. ¿Y qué si no “crece” pero le compensa ese confortable bienestar que a tantos tanto les ha costado conseguir? ¿Y qué si prefiere quedarse en su zona de confort? ¡Qué pesados!

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