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Tras dos meses consecutivos de cifras de récord en la caída del paro y en el aumento de afiliados a la Seguridad Social (marzo y abril), se puede afirmar que el Gobierno ha encontrado al fin el palo al que agarrarse para tratar de eludir el destino que le vienen reservando todos los pronosticadores demoscópicos con excepción de Tezanos, que es de la casa y sirve a su señor.
No es poca cosa, desde luego. El crecimiento económico por encima de la media europea y la reducción del desempleo, aunque sean temporales y cogidos con alfileres, suponen el primer respiro colectivo después de varios años de empobrecimiento y penurias. No acaba con la inflación -el primer problema nacional según lo sienten los españoles- ni elimina la precariedad en el trabajo o la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, pero ayuda a muchas personas y manda a otras más el mensaje de que lo peor tal vez ya haya pasado
La mejoría de la situación económica tiene entre nosotros una influencia política y electoral indiscutible. A veces, decisiva. Es un hecho: los españoles han estado tragando carros y carretas y aceptado -y aun refrendado- gobernantes incompetentes, negligentes o corruptos mientras los bolsillos familiares no sufrían, para quitárselos de en medio en cuanto venía una crisis. Entonces sí, entonces la corrupción y la ineficacia devenían insoportables, y la derrota en las urnas, impepinable.
No se engañen. Si algo puede salvar a Pedro Sánchez de la debacle que se le augura (mayoría relativa del PP, más escaños en el bloque de la derecha que en el de la izquierda, mengua de sus divididos socios de gobierno), no será una ley de la vivienda cuyos efectos en el mercado del alquiler están por ver, ni la improvisada promesa de construir tropecientas mil casas -manifiestamente incumplible-, ni siquiera la rectificación tardía de la ley del sólo sí es sí, ni las insuficientes ayudas sociales, ni la campaña sucia y tenaz de deconstrucción del personaje Núñez Feijóo. Lo que le puede salvar es que se consolide la sólo apuntada reactivación de la economía.
Precisamente Feijóo pierde fuelle cuando se instala en el discurso catastrofista regateándole cualquier mérito al Gobierno de Pedro Sánchez y negando hasta las evidencias. En la línea del patrón de patrones Garamendi, que ante los datos del empleo, que son de récord, sólo acierta a titubear: "Bueno, no está mal, está bien...". Es la política de brocha gorda. La que le gusta a Pedro.
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