La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
En tránsito
AYER mucha gente empezó sus vacaciones -al menos los afortunados que tienen la suerte de disfrutarlas-, así que no estamos para muchas "rayaduras", como dicen los adolescentes. Pero estamos asistiendo, a causa de los terribles casos de corrupción y a la consiguiente desafección ciudadana, al desmoronamiento del régimen que surgió con la Constitución del 78. Y a cuenta de todo esto, se están empezando a impugnar las bases mismas de los acuerdos que hicieron posible la Transición, como si la corrupción y la indecencia fueran consecuencias directas de aquel pacto y del régimen que surgió de él. Pero eso es un error monumental, porque lo que ha fallado ha sido el régimen, pero no el espíritu que lo hizo posible. Y es más, nada de lo que ha sucedido habría llegado a ocurrir si el espíritu de generosidad y de concordia de la Transición hubiera arraigado de verdad en nuestra sociedad.
Porque ahora resulta evidente que la Transición fue un paréntesis en nuestra larga tradición histórica de sectarismo y de ofuscación moral. Y se mire como se mire, todo lo que ha pasado demuestra que hemos preferido volver a nuestros viejos hábitos de obediencia ciega y de falta absoluta de espíritu crítico. Porque de otro modo es imposible explicarse lo que ha ocurrido en la Cataluña de Pujol y en la Valencia del PP, o en el Madrid de Esperanza Aguirre y en la Andalucía de los 34 años de gobierno socialista. Sin una sociedad acobardada y conformista en la que todo el mundo hacía como que no sabía nada -aunque los indicios fuesen evidentes-, a cambio de una colocación o una paguita, nada de lo que hemos vivido hubiera sido posible. Y nos guste o no, nadie se ha quejado cuando las comunidades autónomas iban creando un régimen clientelar que reproducía los peores vicios del caciquismo decimonónico, y que además estaba despilfarrando el dinero público en cientos de proyectos disparatados. Y hasta que ha llegado la crisis, nadie ha dicho ni mu. Nadie. O sólo cuatro locos.
Y así hemos permitido la degradación imparable del sistema educativo, o la incautación de las cajas de ahorro por parte de partidos y sindicatos. Y de un modo u otro, todos hemos mirado hacia otro lado con los fraudes en los cursos de formación, y con los embelecos fiscales, y con el reparto de la Justicia entre los partidos y sus compinches. Y si hemos llegado hasta donde estamos, todo ha sido gracias a nuestra desidia o a nuestra falta de espíritu crítico. O sea que todo fue un engaño, sí, pero consentido.
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