Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Los nuevos tiempos
Todos los partidos de la oposición de la democracia española tuvieron a su Pepito Grillo que le decía las verdades del barquero al mandamás de turno para sacarle los colores delante del hemiciclo. Estuvo el impagable Alfonso Guerra, que arrancaba risas incluso entre sus oponentes, con sus alardes de ingenio y su capacidad para sacarle punta al más mínimo error o desliz de tal o cual ministro. Y así, al menos, nos entretuvieron desde que muriera Franco hasta que le desenterraran en esta desafortunada post resurrección que ahora vivimos.
Ese papel lo ha desempeñado con brillantez la marquesa Cayetana, esa antipática con cara de improperio para el amigo o el enemigo. Venía calentica de la guerra catalana, esa cantera de milicianos de la palabra cargada como balas. Véase si no cómo tira a dar la ciudadana Arrimadas. No debe ser fácil tener enfrente a gente que delira en serio mientras tú intentas hacer una oposición razonada. El desquiciamiento podría ser comparable al que deben sufrir los enfermeros de los ya extintos manicomios, guetos de la locura que muchos se plantearon rescatar para dar tratamiento a cierta forma de distorsión de la realidad de la marca indepe.
Así, muchos creemos que Casado, en su intento de centramiento de la derecha que representa, se ha equivocado de extremo a extremo prescindiendo de tan temible portavoz en el Parlamento. Será difícil que encuentre entre las filas azules a alguien con tanta mala bilis y suficiente divismo como para encarnar, tal y como hacía Cayetana, el sentir del ala más extrema de la derecha civilizada, esa que aún no se había pasado a las facciones de lo extremo. Quedaban muchos de esos en el PP y se sentían algo representados por esta señora sin pelos en la lengua ni piedad alguna en el corazón, azote de podemitas aireando su inmensa contradicción de partido inmaduro, chulesco y falto de mucho hervor.
Perplejidad causa esta destitución que pagará cara un partido tan poco amigo de los versos sueltos que, era evidente, cumplían la función de infundir el necesario temor entre los enemigos de esa guerra sin cuartel que es ahora este congreso que pierde, y mucho, sin la voz amarga de su más borgiana espada, mujer sin complejos que tuvo a raya hasta los delirios de las consortes y sus trampas.
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