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Postrimerías
Como todo el mundo sabe, no fue la muerte de Franco lo que trajo sin más la democracia ni tiene sentido hablar de una “España en libertad” antes de las primeras elecciones libres, celebradas en junio de 1977, o de la aprobación de la Constitución ratificada en el referéndum de diciembre de 1978. Ese proceso relativamente breve, de sólo tres años, tuvo éxito gracias a numerosos factores, empezando por el rey –imposible obviar su decisivo papel entonces, aunque haya caído después en un descrédito justificado– que heredó del dictador un poder absoluto y lo usó para favorecer la transición que convertiría la jefatura del Estado en una magistratura de orden simbólico, equiparable a sus homólogas europeas. También a la política de reconciliación nacional, defendida por el PCE desde fecha tan temprana como 1956, y a la evolución de no pocos cuadros y dirigentes del Movimiento, motejados de traidores por quienes seguían instalados en el inmovilismo. Aún no conocemos la agenda del Gobierno para los cien actos previstos, pero si se trata de homenajear a las “personas que hicieron posible la democracia”, como ha anunciado, y de propiciar una “memoria compartida”, sería de esperar que alguien se acordara de Dionisio Ridruejo, que murió el mismo año pero cinco meses antes que Franco –“cuando más falta nos hacía”, escribió Umbral– y no llegó por lo tanto a ver el nuevo régimen, aunque pueda considerarse con toda justicia como uno de sus padres intelectuales. Su caso, ciertamente excepcional, es significativo en tanto que ejemplifica el camino recorrido por otros españoles –republicanos o nacionales: entre los primeros, además del presidente Azaña, podría citarse al socialista Luis Araquistáin– que acogieron con el tiempo la misma idea de concordia y trabajaron, al margen del discurso oficial de las autoridades franquistas, en la clandestinidad o desde el exilio, por un horizonte de convivencia que superara la Guerra Civil, reconociera a las víctimas y fundara una legitimidad en la que todos pudieran reconocerse. El antiguo jerarca falangista apenas disfrutó de los réditos de la victoria, pues se distanció muy pronto de los vencedores y pagó, primero por joseantoniano y después por demócrata, un precio alto por su disidencia. Tuvo la decencia de reconocer sus errores de juventud y escribió páginas admirables –baste leer Escrito en España, de 1962, el año del famoso contubernio– donde anticipaba con extraordinaria lucidez los desafíos de la futura España en libertad. Más que levantar muros y excavar trincheras, convendría celebrar a los constructores de puentes.
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