Quizás
Mikel Lejarza
¿Pueden pensar la máquinas?
Quousque tandem
En ese delicioso opúsculo que es Las leyes fundamentales de la estupidez humana, el profesor Cipolla define al estúpido como "quien, al tomar una decisión o ejercer una acción, causa daño a otros sin obtener, al mismo tiempo, provecho para sí, o incluso cosechando un perjuicio". No quisiera yo calificar de estúpida la actitud de doña Irene Montero pero, ateniéndome a la definición anterior, me será imposible evitarlo. Olvidemos la altanería demostrada durante la tramitación de la ley del sí es sí, también conocida como ley Montero para alimentar la vanidad de su impulsora; obviemos el rechazo a las voces que anticipaban los efectos indeseados del texto legal; soslayemos la carga ideológica con que adornan los ministros de Podemos, apoyados por el resto del gobierno, cualquier asunto sobre el que desean legislar. Orillemos todo eso y nos seguirá quedando lo mismo, la explosiva mezcla de una inconmensurable soberbia combinada con una recalcitrante estupidez.
Ante un error, que puede ser involuntario y hasta inesperado, sólo cabe reconocerlo y rectificar de inmediato. Pero, a diferencia de lo que haría una persona inteligente -tomar una decisión que beneficie a los demás y a ella misma- la ministra de Igualdad y su entorno insisten en llevar la razón con la persistencia de un majadero, amén de esparcir dudas y escarnio sobre los jueces. Anoten que en este caso no hay juezas y jueces, aunque las mujeres sean mayoría en la carrera judicial. Sólo jueces. Como los niños malcriados pillados in fraganti en la travesura, buscan culpables imaginarios. Y a falta de duendecillos traviesos, lanzan sus invectivas contra los jueces fascistas, machistas e interminablemente istas. A excepción de progresistas. Porque progresistas sólo son ellas.
La señora Montero no es la única responsable de este desaguisado. El Gobierno es un órgano colegiado que aprobó el proyecto de ley, las Cortes lo debieron estudiar y mejorar en el proceso legislativo y no olvidemos que se aprobó por amplia mayoría. De ahí que, al escuchar las críticas de Ciudadanos, las risas retumben en el palacio de la Carrera de San Jerónimo. Pero todo eso no resta un ápice a la actitud estúpida de la señora Montero, que amén de perjudicar a quienes esperaban mayor dureza en las penas y defraudar a quienes la creyeron, cava su propia tumba política al demostrar que carece de lo que más valor da a un político ante su electorado: rectificar.
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