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A paso gentil
Sitiada en 1529 por Solimán el Magnífico, resistió Viena la embestida otomana, en un otoño en el que se cubrieron de gloria los arcabuceros castellanos de Luis de Ávalos, con su heroica contribución a la defensa. En el verano de 1683, volverían los turcos a la carga contra la capital del Danubio, hasta su derrota por el monarca polaco Jan Sobieski.
No pudieron emular estas hazañas, en la primavera de 1945, las exhaustas fuerzas del Tercer Reich, ante el ataque de unas tropas soviéticas en expansión tras las fronteras de sus enemigos.
La magia de la letra impresa me transportó recientemente a aquella urbe en ruinas, dividida en cuatro sectores bajo el mando de cada una de las potencias triunfadoras en la última gran guerra civil europea.
Horas en las que la prosa de Graham Greene se mezcló en mi mente con la evocación de los acordes del solo de cítara que Anton Karas –antiguo soldado de la vencida Werhmacht– compuso y tocó para la banda sonora de la versión cinematográfica de El tercer hombre.
Versión y no adaptación, dado que la obra de Carol Reed, de 1949, fue estrenada antes de la publicación de la novela, un año después. Un relato que redactó Greene, ante la necesidad de dar previamente esa forma literaria al guion encargado por el productor Alexander Korda.
Caracterizada por su excelente fotografía en blanco y negro y sus recursos estilísticos expresionistas, esta película británica pasó con el máximo brillo a la posteridad, gracias a la labor del trío protagonista. Curiosamente, ninguno de sus integrantes compartía nacionalidad con director, guionista y productor. Mientras los estadounidenses Joseph Cotten y Orson Welles encarnaron respectivamente al escritor fracasado y a su amigo estafador, la italiana Alida Valli hizo lo propio con la amante de este último.
A quienes sólo conocen la película, recomiendo la lectura de la novela, en la que hallarán matices atenuados en las pantallas de tan timorata época, como la faceta de alcohólico del personaje interpretado por Cotten y la sutil inclinación homófila hacia su viejo compañero de estudios.
Coincidió mi experiencia con el libro, con la recepción de una noticia que me dejó estupefacto: una cadena de televisión, vinculada al catolicismo institucional y afín a la oposición parlamentaria, cancelaba el programa de cine-club dirigido por José Luis Garci, por su negativa a presentar exclusivamente películas en color. Con premisas así, cabe preguntarse qué batallas culturales aspira a ganar la derecha española.
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Gracias, Errejón