La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Descanso dominical
Hubo un tiempo en el que en Jerez casi había que santiguarse antes de pronunciar su nombre. Un tiempo en el que esta ciudad era un vergel de prosperidad, con miles de obreros y algunos zánganos al servicio de una abeja, la abeja reina, que había polinizado prácticamente todo lo que cabía entre tus narices y el horizonte. Nadie podía imaginar que ese horizonte era tan incierto, no se veían entonces los nubarrones negros, nada brillaba tanto como la cartera y la sonrisa de Don José María. La Rumasa original se dejaba ver como un oasis del que manaba empleo, riqueza y lustre, el motor de una noria, la industria del vino, que rodaba saciando la sed de una ciudad hambrienta donde, por otro lado, no había más santos a los que encomendarse. En cada casa había alguien que trabajaba para el emporio, familias agradecidas al empleador, devotas del empresario que con tan buena mano tenía repartido su enjambre a lo largo y a lo ancho. ¿Quién no iba a querer a Don José María? La abeja se posó en bodegas, bancos, empresas de todo pelaje, colegios, cines, polideportivos, iglesias, obras benéficas…
De pronto, alguien se dio cuenta de que el holding se levantaba sobre un andamiaje de otros tiempos, con una ya entonces dudosa y opaca contabilidad. Para echar la partida en un juego de fulleros debes tener cubierta siempre la retaguardia, pero Ruiz- Mateos perdió la mano. Y cayó de bruces a los pies de un Gobierno socialista joven, respondón y venido arriba que, por otra parte, necesitaba un chivo expiatorio al que cargar con las culpas del común de las empresas de aquellos tiempos. Pasaron los disfraces de Supermán, el “que te pego leche”, un partido político que llegó a Europa y un rosario de juicios. Y en Jerez le perdonamos a Ruiz-Mateos todos los pecados, si es que había cometido alguno… Nostálgicos, incrédulos, confiados, muchos abrieron la boca cuando la familia -Don José María y sus hijos varones- les acercó la cucharada de Nueva Rumasa, bien cargadita de flan Dhul y de pagarés con intereses imposibles. Un buen pellizco de los casi 290 millones de euros que nunca devolvieron a los inversores salió de cuentas bancarias jerezanas.
Estos días se está celebrando el juicio en una sala de la Audiencia Nacional donde ya nadie es devoto de Don José María, ni siquiera sus propios hijos, que están arrojando sobre su tumba los dardos de la Fiscalía y de todas las acusaciones particulares. “El consejo de administración de Nueva Rumasa eran mi padre y su espejo”, ha llegado a decir uno de los vástagos. Y yo me imagino al fantasma de Ruiz-Mateos vagando por algún carril entre Rota y Jerez, lamentándose acaso por la herencia que dejó y quizá también maldiciendo a los herederos.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Memoria de Auschwitz
La colmena
Magdalena Trillo
Gracias, Errejón