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Sel año en el que Antonio Gala ganó el premio Planeta con El manuscrito carmesí, Fernando Sánchez Dragó fue finalista con su novela El camino del corazón, una de sus muchas tramas viajeras y orientales que caracterizaron su recargada literatura. Lo recuerdo perfectamente porque mi madre, buena amiga de Gala, me llevó a la firma del libro en el Corte Inglés, y allí fue la primera y última vez que intercambié unas palabras con él. Mientras ella esperaba paciente en la larga cola para que le firmase su amigo, yo me puse sin mucho entusiasmo en la otra paralela, mucho más corta, tanto que antes de darme cuenta ya estaba yo ante un sonriente Dragó firmando el flamante libro. De repente, aquella cambió de fila y apareció justo detrás de mí, y como buena madre, exageró mi condición de lector suyo y las bondades del libro. Entonces, con esa teatralidad tan suya, miró hacia arriba señalando con el dedo, y ceremoniosamente exclamó: "Él me ayudó".
Naturalmente, ni me creí su proclama ni siquiera leí el libro (en realidad, ni entonces ni ahora he leído ninguno suyo) pero desde entonces le guardo una especial simpatía. Porque si algo tenía de especial el Fernando Sánchez Dragó que repentinamente el lunes nos dejó, era su cercanía. Nunca sabremos si era de izquierdas o de derechas, porque entre otras cosas yo creo que ni él mismo lo sabía, pero era tal su cultura, su amenidad y la forma de exponer sus posiciones, y no me refiero sólo a las políticas, que salvo los inevitables sectarios de guardia que padecemos pocas personas resultaban ajenas a su extravagante personalidad. Sus programas culturales en televisión son probablemente lo mejor que se ha ofrecido desde la televisión pública, y sus artículos en prensa rebosaban de una frescura y una libertad de criterio que tanto se echan de menos hoy.
Haciendo uso de esa libertad, fue el primero no alineado que yo recuerde que condenó en una tertulia de televisión de las de antes (ay, aquellas de los primeros 90 del recordado Jesús Hermida en el prime time…) el aborto, ante las protestas de una ofendida Cristina Almeida. La misma libertad, rayana en la travesura, que últimamente ha ejercido para coquetear con la derecha de su amigo Abascal, hasta el punto de convencerlo para condicionar a su forma y modo toda una moción de censura. Un personaje, en definitiva, que también se nos va de una época que, aunque nos pese, va echando el cierre.
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