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Hace dos días el columnista David Blázquez escribió un artículo extraordinario, partido en dos. Criticaba con severa serenidad la gestión gubernamental, primero; y luego hacía un canto a la verdad, la bondad y la belleza, porque nos hacen más falta que nunca. Al escribir a diario, yo no tengo necesidad de partir mis artículos como él, que escribe cada quince días. Así que ayer, aprovechando que llevaba varios seguidos hablando de Sánchez, pude permitirme un giro radical y hablar de la verdad con las chimeneas. Y de la belleza, hoy, con un poema.
Es del asturiano Pablo Nuñez (1980) y está en su reciente libro Tus pasos en la niebla. Si aplicamos el "test de la piel de gallina" por el cual, según A. E. Housman, un poema es bueno si te la pone y punto, éste es excelente. Se titula "Getxo, año 2000".
"La manera en que habló de 'los nacionalismos'/ en plural, con respeto,/ pero con la apatía suficiente/ como para que fuera fraguándose el deseo./ Un apellido euskera, el otro, castellano;/ su casa en Las Arenas, su padre militante/ socialista; su madre liberal-conservadora./ Y la melena rubia, la chaqueta de punto,/ suavizando la brisa junto al Puente Colgante,/ y verla sonreír, y hablar de cualquier cosa/ como si fuera eterna la noche de verano./ Y el hermano que estaba trabajando en Sevilla,/ y la infancia en Donosti, y el recuerdo de Asturias,/ y la forma en que dijo: 'Mi país es España'".
Recurro a Housman porque mi emoción es manifiesta, aunque no sé bien por qué es tan bueno. No hay una imagen deslumbrante ni un juego de palabras prestidigitador ni una prestigiosa intertextualidad. Fluye con la levedad de un lejano recuerdo. Sin embargo, a la altura de la brisa, ya se siente un cosquilleo en la piel, que la noche de verano intensifica, y, cuando sale Sevilla, más y, al final, ya del todo.
Sí que tengo una vaga sospecha. Para Bashô "un poema que revela el setenta o el ochenta de su tema es bueno. Pero de los que revelan el cincuenta o sesenta por ciento… no nos cansamos jamás". El secreto de este poema es que nos cuenta un enamoramiento sin nombrarlo. Al principio, da una pista con esa fragua del deseo, pero luego se distrae, pudorosamente. Que culmine hablando de España, después de mentar a Asturias -la patria chica del poeta- es un golpe de genio, porque el patriotismo es un correlato objetivo del amor: un sentimiento profundo, inexplicable, íntimo y compartido.
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Gracias, Errejón