Formas de decir adiós

El mundo de ayer

06 de diciembre 2024 - 03:06

No pude ir el otro día a ver Nosferatu en la Filmoteca de Madrid. Me apetecía bastante, porque pese a haberla visto un par de veces nunca lo he hecho en el cine. La primera vez que la vi, en una sala de la videoteca de la Facultad de Comunicación, pensé que es imposible contar hoy historias como esa. Hay que buscar mil excusas y recursos narrativos para justificar que el protagonista, Hutter, esté aislado en un pueblo de Europa, en la era de los satélites y los móviles, sin poder comunicarse con nadie salvo por cartas que no se sabe muy bien cómo llegan a su destinatario.

Recuerdo que en una escena le escribe a Ellen, su mujer. Sus palabras deben superar muchos obstáculos, la misma distancia que hoy parece pesar tan poco. Está hablando con el aire y el recuerdo, con la esperanza de recibir, días después, una respuesta.

Recordé esta escena hace poco, visitando a mi abuela en Zamora. Habíamos coincidido en su habitación de la residencia con unas vecinas del pueblo. Mi abuela sólo fue tres días a la escuela; su hermano cantaba muy bien y murió joven; en Suiza se subió a un funicular, mucho más alto de lo que podría haber estado en su pueblo, en la meseta zamorana. Son las historias que cuenta siempre, y es lo poco que sé de ella, tal vez porque el resto de su vida fue trabajar en el campo y hacer la comida y limpiar, y no hay por qué hablar de eso.

Una de las vecinas nos contó otra historia. Su padre y mi abuelo fueron juntos a Francia a trabajar como ilegales. Estuvieron tres años yendo a campañas como la de la remolacha. Mi padre dijo que cuando mi abuelo se tenía que marchar, lo acompañaban en un carro hasta la carretera para que alguien lo recogiera y lo llevara a la estación de tren de San Pedro de las Herrerías. Y ellos se daban la vuelta y no volvían a verlo en diez meses.

Mi abuelo también mandaba cartas, y mi abuela, que no sabía leer entonces, se las mandaba leer a mi padre. Me los imagino de pie, viendo no sé qué cosas en el papel doblado, imaginando e inventando una vida muy distinta a la suya, tratando de ver a su marido, a su padre, con el lomo doblado bajo el sol, en los campos de Francia o en el castillo de un vampiro.

Eran otros tiempos, y ellos, que estaban allí cuando yo no era nada, están hoy aquí para contarlo, en este mundo tan distinto que yo también empiezo a sentir ajeno a mí. Ahora que todo cambia tan rápido y en el que todo está cerca, pienso en qué haría yo si un ser querido se fuera no sé a dónde, a otro planeta, un rincón lejano e imposible y del que pocas palabras regresan. A diferencia de ellos, yo no sé decir adiós.

stats