Fotoperiodismo

Descanso dominical

Por las mañanitas en el coto si veías un remolino de gente es que estaban rodeando al camión del hielo, al del pan o al todoterreno del Diario, que acababa de aparecer con los periódicos a estrenar. Rafael los repartía con aires de mago de Oriente, casi como el que lanza caramelos, sin perder nunca la sonrisa en los ojos, con su cámara colgada del cuello; faltaría más. Yo quería despertar con mis crónicas del Camino la misma fascinación que provocaban sus fotos entre los rocieros, pero qué va. Lo que él hacía no estaba al alcance de cualquiera, porque Rafael Iglesias con sus imágenes paraba el tiempo, justo lo que todo el mundo desea cuando está en medio de un paraíso como Doñana.

Corrían los años noventa y el fotoperiodismo jerezano se encarnaba también en la figura menuda del gran Pepe Gerardo, con el que era fácil cruzarse por cualquiera de los puntos cardinales del callejero. Iba de un lado a otro apuntalando con su cámara los días históricos y las horas cotidianas de una sociedad sin redes sociales donde la influencia se medía por el número de veces que lograbas salir en las fotos de Gerardo o Iglesias. Ellos eran los capos, pero ya merodeaban por el barrio unos niñatos descarados que venían pidiendo rock and roll en aquella Jerez en pleno estirón. Con la llegada del Periódico del Guadalete conocimos a Enrique Corrales, qué bueno era en todos los sentidos; a Agustín Álvarez, un joven perro viejo de la vida y las fotos; y, como no, a Esteban Pérez Abión, el ‘monstruo’ que reinventó, por ejemplo, la fotografía cofrade y taurina. Por allí pasó también un tal Emilio Morenatti, que llegaba a los sucesos antes que la Policía y que luego se fue a dar una vuelta, y regresó el otro dia con dos premios Pullitzer bajo el brazo para ser nombrado Hijo Adoptivo.

El archivo más valioso de la historia reciente de esta ciudad lo conforman las fotos de estos señores y de los que vendrían después. Nadie le sacó más fuerza a los latidos de Jerez que Pascual. Era capaz de convertir un día plano en una foto para recordar. Basta con repasar algunas de sus portadas… Y Miguel Ángel, el fotoperiodismo como alma arrojadiza, aquella imagen de Antonio Agujetas capturada para siempre en nuestras entretelas, y otras tantas, jugando con su objetivo en el mismo recreo donde se divierte Juan Carlos Toro, tan salvaje y libre con su cámara como con su tabla de surf.

Quise ser como ellos y pisar la tierra prometida donde Jaro Muñoz me enseñó que la foto es la verdad y la vida, en aquella década prodigiosa que compartimos en El País. Luego lo hizo también Cristóbal Ortega, autor por antonomasia, belleza que duele, periodismo gráfico puro… Nadie mejor que ellos para ponernos frente al espejo.

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