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De vez en cuando el Dr. No sacaba de paseo por su isla un dragón que en realidad era un carricoche con un lanzallamas. Tosco, pero útil. Mantenía alejados a todos los supersticiosos nativos, menos a la intrépida buscadora de conchas Honey Rider que emergía de las aguas como una Venus pop que dejaba en ridículo la de Boticelli. Franco es, para Pedro Sánchez, el dragón del Dr. No. El año que viene hace 50 años que murió de muerte natural y con el poder en sus manos, como Lenin, Stalin, Mao, Castro, Tito o Kim Il-sung, por mucho que pudiera molestarle la comparación: los dictadores de izquierdas suelen ser más proclives a fallecer en sus lechos aferrados al poder que los de derechas. Franco fue una excepción ibérica, como Salazar. Y su régimen se autodisolvió dando paso a un proceso iniciado dos días después del fallecimiento del dictador con la proclamación de Juan Carlos I y culminado con las primeras elecciones constitucionales de 1979.
Sánchez ha anunciado que a lo largo de 2025 sacará a pasear a Franco como si fuera el dragón del Dr. No –o el monstruo de Franconstein, como ha dicho Rubén Amón– para conmemorar los 50 años de “España en libertad”, poniendo en valor la “gran transformación” en este medio siglo de democracia y homenajeando a todas las personas y los colectivos que lo hicieron posible. Para ello se van a celebrar más de un centenar de actividades culturales y eventos “que van a inundar nuestras calles, escuelas, universidades, museos…”. Es decir, uno cada cuatro días durante todo el año.
Es mentira que nuestra democracia cumpla 50 años. No lo hará hasta 2027, 2028 y 2029, cincuentenarios de las primeras elecciones democráticas, la Constitución y las primeras elecciones constitucionales. Si de lo que se trata es de celebrar la muerte de dictador, habría que homenajear –lo que es de muy mal gusto– al shock endotóxico, la peritonitis bacteriana, la disfunción renal, la bronconeumonía, el paro cardíaco, la úlcera de estómago, la tromboflebitis y la enfermedad de Parkinson que se lo llevaron por delante. Si, en cambio, se trata de celebrar la llegada de la democracia tras su muerte, habría que homenajear, el primero, a ese señor que está en Abu Dabi y del que tantas cosas picantes se están contando, después a Torcuato Fernández Miranda, Suárez, Fraga, Carrrillo o Felipe González y finalmente al pueblo español que tan ejemplarmente se comportó. Y punto.
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