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En este mundo nuestro que deifica la ciencia, conviene advertir que ésta no se escapa de prácticas indeseables, mentiras peligrosas y fraudes rentables. El plagio es probablemente la forma de engaño más frecuente. Pero, junto a él, aparecen la manipulación, falsificación e incluso invención de datos científicos, así como las falsas autorías de artículos y proyectos de investigación. No se trata, claro, de un fenómeno exclusivamente español, pero aquí la falta de verdaderos controles estimula la desvergüenza y espolea el autoexilio de los honrados.
La cita de un caso de trascendencia mundial nos descubre las consecuencias que una mala ciencia puede tener en la sociedad. En 1998, el médico Andrew Wakefield y otros doce coautores sugirieron en la revista The Lancet que existía una vinculación entre la vacuna triple vírica y el desarrollo del autismo en los niños. Mas tarde, en 2010, los firmantes se retractaron, aunque ya era inevitable que muchos padres no hubieran administrado tal vacuna a sus hijos y que éstos, la llamada “cohorte Wakefield”, sufrieran brotes posteriores derivados de la no inmunización.
¿Por qué surgen estas conductas amorales en la investigación científica? Por un lado, juegan fuertes intereses económicos, estimulados por compañías privadas con un enorme ánimo de lucro. Por otro, aparece un camino curricular hipercompetitivo que fuerza constantemente a los científicos a publicar. La evaluación actual de los investigadores se basa en el número de artículos y de citas recibidas. Cuanto más se publique más prestigio se tendrá y más rápido se avanzará en la carrera. Añadan que sólo se valoran ciertas revistas indiscutibles y percibirán el tufo de una mafia que hará lo que sea para facilitar el acceso a ellas. Al tiempo, éstas, al hilo de su criterio, imponen indirectamente el rumbo de la “ortodoxia” investigadora. Un escándalo que merma, y mucho, la confianza de la población en la ciencia.
Algunos países –España no– tienen oficinas de integridad científica que, además de disuadir, introducen cierta seriedad en tropelías como los paper mills, auténticas fábricas de trabajos de autoría fantasma. Los principios de Hong Kong de 2020, para la evaluación de los investigadores, serían también un buen punto de partida. Todo menos esta permanente pérdida de credibilidad de la ciencia que, para ser atajada, necesitará una respuesta firme y responsable de toda la comunidad científica.
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