La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Su propio afán
Digamos que no fui el más ferviente admirador de Mariano Rajoy, pero, si hay que aplaudirle, se le aplaude. Sus artículos comentando el paso de la selección por la Eurocopa son la monda. Sabe reírse de sí mismo hasta el punto de titular su sección “Así fue (o no)”, a la gallega. Y sabe sonreírse de la trascendencia que damos al fútbol, adquiriendo una pose tan huecamente profunda que resulta chispeantemente frívola y viceversa. Véase: “Hay mucho insatisfecho, gente que no está de acuerdo ni consigo mismo (seguramente tengan poderosas razones para ello)”.
A lo tonto, deja caer observaciones de más hondo calado. Ésta me parece esencial: “Las cifras de audiencia de los partidos de nuestra selección en Televisión Española han multiplicado por ocho las que la televisión pública alcanza cuando recoge las declaraciones de algún miembro del Gobierno, algo que, como es sabido, sucede muy habitualmente”. Le da un pellizco en el plasma a Sánchez, pero también a sí mismo, y nos deja una verdad que sopesar.
En una España políticamente crispada y declinante, gobernada por quienes sienten una repulsa al patriotismo de reflejo de perro de Pavlov, la selección nacional genera un energético y transversal entusiasmo. Está bien que su camiseta sea roja porque evoca el magma incandescente que subyace por debajo de la vida pública de nuestra nación. Hasta en Barcelona, en Bilbao y en la Verja de Gibraltar ha estallado el entusiasmo. En una Hispanoamérica que jugaba su propia Copa América, se aparcaban las rivalidades para bancar a la selección española.
Conscientes de que era imposible criticarla de frente, ha habido algún intento de cubrir con el manto divisorio de la política la trayectoria de la selección. Pero han provocado una masiva respuesta de buen humor e ironía.
Esto nos tiene que dejar una enseñanza muy simple. La resistencia de España radica en sus raíces y en su profunda unión sentimental, que, a poco que se relajan las fuerzas que nos quieren pequeñitos y cabreados, cae, como por una ley de la gravedad, al lado de la alegría y la unidad. Una prueba de que celebramos justo eso es que, siendo el tenis estéticamente superior al fútbol y mucho más emocionante, celebramos aún más los éxitos de la selección que los del grandísimo Alcaraz. Es porque festejamos instintivamente la unión, la piña, la pasión compartida, el pase medido de unos a otros y el uno para todos y todos para uno.
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