Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
el medio centro
INDEPENDIENTEMENTE de los resultados que se han producido en Polonia y Ucrania, las presuntas polémicas, los debates mal paridos y peor resueltos para llenar de nada horas y horas de televisión, la Eurocopa recién terminada nos ha dejado la mejor noticia que ha podido recibir el fútbol español en toda su historia, que no es corta ni escasa en matices. Si de algo ha servido este Campeonato de Europa de selecciones ha sido para certificar que el fútbol ya sólo mira a España, a su selección y su estilo.
A los adoradores de clichés y tópicos, esos que sólo se acercan al fútbol internacional cada cuatro años pero pontifican en cada discurso, ya sea en un bar o delante de un micrófono, se les ha acabado el chollo. Vieron peligrar su chiringuito ya hace dos años cuando se dieron cuenta de que los alemanes ya no eran fuertes, consistentes y ganadores y la tienda se les ha venido enteramente abajo al demostrarse, ignorantes ellos aún en el primer partido de la Eurocopa, que Italia ya no es rácana y abomina del catenaccio.
Y es que el fútbol ya es España. Dos de las otras tres semifinalistas -Portugal abdica cualquier estilo en la inspiración de su estrella y poco más- decidieron hace tiempo seguir la sinfonía que España comenzó a interpretar hace cuatro años. Ese estilo en el que la supremacía la marca el balón, el partido se domina desde la posesión, el ataque lo marca la pausa y el jugador determina la posición y no al revés. Alemania e Italia, tan alejadas siempre de nosotros y entre ellas, resultan ahora tan próximas. Da gusto y produce orgullo ver cómo Özil se parece a Iniesta, cómo Pirlo imita a Xavi, cómo Löw y Prandelli han sabido llevar a sus equipos al lugar donde se sienta España desde hace tanto tiempo. Dentro de algunos años, con la perspectiva que limpia juicios, se hablará de la España del siglo XXI como del mejor equipo de todos los tiempos. Eso es lo que se ha ganado en esta Eurocopa.
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