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Hace tiempo que los clubes de fútbol dejaron de estar controlados por los aficionados. ¿Recuerdan aquellos telediarios que anunciaban la entrada en vigor de la ley de sociedades anónimas deportivas en 1990? A partir de entonces la inmensa mayoría de los socios dejaron de votar en las elecciones a presidente de las entidades, a la que se presentaban señores y no catetos con dinero. ¡Claro que el fútbol es un negocio! Por supuesto que sí. Y donde hay negocio manda el dinero. Y donde está el dinero desaparece el prestigio, un valor de por sí en decadencia en todos los ámbitos de la sociedad actual. Algunos claman con argumentos románticos contra el proyecto de la liga europea. ¿Han descubiero por fin quiénes son los reyes magos? Que si se dinamita el valor de la ilusión, que si se impide la épica de que un club medio pueda tener una buena temporada y colocarse en los primeros puestos, que si la competición quedará descafeinada porque no convivirán y competirán los grandes, los pequeños y los medianos... Ay, qué buena la canción del lobito que está cobrando, tralará, y los borreguitos pagando... Por supuesto que el proyecto de la superliga europea acaba, por ejemplo, con un Sevilla que de pronto pasa de la mediocridad a una década de brillantez que no tiene fin. Pero así es el dinero, tantas veces sublimado por quienes ahora se duelen de sus consecuencias. La Superliga europea no es ninguna locura, claro que no, es un proyecto adecuado a las circunstancias imperantes en 2021. Distinto es que a algunos nos guste menos que la sangre encebollada. Pero la iniciativa es hija del sistema del fútbol que dio comienzo hace 30 años, cuando los extranjeros no podían pasar de dos, todos los partidos se jugaban a la misma hora y para ver los goles había que esperar a Estudio Estadio, donde algunos disftrutábamos con aquel genial Capó, guardameta alopécico del Sabadell que siempre le echaba la culpa a los defensas de los goles encajados. El fútbol es hoy dinero. Fundamentalmente dinero. El sentimiento ha quedado relegado a la grada, pero hace tiempo que desapareció de los foros de decisión. El problema es que hay quienes no quieren ver esta cruda realidad. Cuando el dinero entra tan descaradamente por la puerta, los fervores acaba expulsados por el primer vomitorio. Hagamos caja, quieren decir los que promueven la Superliga europea. Y dirán con toda la razón que están organizando un espectáculo de primer orden. Y lo será si llega buen puerto. No es el fútbol, es la pasta. ¿Qué esperaban? Borregos, pagad.
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