La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Un día en la vida
Las revoluciones, de un signo o de otro, las hacen los hombres, no los bichos. Y las hacen contra otros hombres a los que -así se decide en las noches de conspiración revolucionaria- hay que quitar de en medio, no contra ningún bicho (no parece que a éste vayamos a destruirlo, me temo que vamos a tener que convivir con él). Discrepo de que esta pandemia vaya a cambiarnos. Aunque supongo que alguien lo hará, o puede que lo intente porque considere que así debe hacerlo. ¿Pero necesariamente para bien, como sostienen quienes -ya sea en un alarde de optimismo o por encontrar mero consuelo estos días- auguran un futuro mejor? ¿Por qué?
Demos por hecho, por un momento, que el modo de vida que estábamos llevando era un desastre. Pero será conveniente no entrar en detalles, pues habrá tantos como seres humanos adultos -juiciosos o no- y algunos niños precoces o repelentes pueblan la tierra: cada uno con su opinión, cada cual con su visión personal y única del por qué de esa desastrosarealidad. Y no obstante coincidiendo todos desde hace tiempo que esto se había ido al carajo: por ejemplo, por la parte de la opulencia porque quienes la disfrutan consideran que está menguando cada día que pasa y por la parte de la miseria porque quienes la padecen consideran que está aumentando. Que yo opine que es mucho más grave que ocurra bastante más lo segundo -entre otras razones por la muy sencilla de que desde la noche de los tiempos hay más pobres que ricos- que lo primero, no dejará de ser para los demás eso, una opinión. Y hasta se me reprochará -acusándoseme además de demagogo- que ponga más el foco en esto -la pobreza creciente- que en lo otro -la riqueza en decadencia-.
Se ha podido leer y escuchar que el virus nos iguala a reyes y a súbditos, a aristócratas y a plebeyos, a gobernantes y a gobernados. Esto es una memez del tamaño de la pandemia por muchas celebridades con una economía boyante que hayan muerto estos días y cuyos nombres han aireado los medios. Nos hacen iguales los buenos médicos y los buenos enfermeros, que no hacen distingos entre los pacientes. Pero el virus sí. La fiereza del hostigamiento del virus no es la misma para todos. Los efectos de su ataque tampoco. Y cuando pase comprobaremos que cada cual seguirá en su lugar con unas secuelas que, ni que decir tiene, tampoco serán las mismas para todos. A veces hay que repetir lo obvio. Por si algún día deja de serlo. Pero creo que no.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Memoria de Auschwitz
La colmena
Magdalena Trillo
Gracias, Errejón