El niño y la cepa
Las gotas de Dios
Su propio afán
Hablaré(de nuevo) del vino. Pero lo haré en odres nuevos, aprovechando la serie Las gotas de Dios (Oded Ruskin, 2023), que me he bebido en dos tragos. Se basa en el manga japonés Kami no Shizuku de Tadashi Agi; y gira en torno a Camille Léger, interpretada por Fleur Geffrier, que debe enfrentarse con Issei Tomine (Tomohisa Yamashita) en una serie de catas por la herencia de su padre, el renombrado enólogo Alexandre Léger. Un duelo de catas ya es una fiesta, y aquí, además, recuerda al duelo siempre pospuesto de La esfera y la cruz.
Lo que hace brillar a Las gotas de Dios es su maestría para la metáfora y los paralelismos. El vino es el epítome de una vida enraizada, que no olvida su origen ni los trabajos y los días. Cuánto le habría gustado a sir Roger Scruton, que defendía esta tesis para explicar la superioridad civilizatoria y moral del vino en su libro Bebo luego existo.
Normal, pues marida magistralmente con temas universales como la búsqueda de la identidad, la trascendencia y la tradición. De la serie, admira su tratamiento honesto de las relaciones familiares y, en concreto, de la enfermada paternidad. Que es una de las heridas de nuestro tiempo, como demuestra tanto ensayo reciente. El penúltimo, Matar al hombre (para matar al padre), de Manuel Mañero, que he leído a fondo (¡y hasta he prologado!) y que levanta un mapa minucioso de la paternofobia que tenemos encima. Si usted no la ve, le conviene leerlo. Y el último por ahora, El eclipse del padre, de Gabriel Albiac, que no he leído, pero que pide pista. Las gotas de Dios borda el asunto, exponiendo su complejidad, pero también su profundidad, la fuerza de la sangre (a lo Cervantes) y, paralelamente, haciendo un homenaje bellísimo a la paternidad adoptiva.
Llevado y traído de copa en capítulo y de capítulo en copa no te das cuenta de lo poco woke que es esta serie, pero hasta el sexo, de una manera delicada (ya se sabe que lo escandaloso ahora es el pudor) se trata con más respeto de lo habitual. El matrimonio, la ruptura, la fraternidad, el amor, la belleza, el honor incluso, la amistad, el arte, la tierra, la lluvia… no hay nada que la serie no ilumine. De Dios, ay, no se habla, pero está en el título, nada menos. No hay bondad por la que no se brinde.
Un prejuicio muy arraigado que tengo es desconfiar de todo aquel al que no le gusta el vino. Para luchar contra mi prejuicio esta serie no me va a servir.
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