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Las dos orillas
Agosto era el mes de las vacaciones, como un remanso de paz, un oasis, cuando cerraban las tiendas en las ciudades de interior, que quedaban vacías a las horas del calor. La gente salía por las noches, a ver las lágrimas de San Lorenzo derramándose por la oscuridad del cielo, a escuchar el canto de los grillos rompiendo la indolencia del silencio, a ver películas de James Bond en los cines de verano. A comer sardinas en los chiringuitos de las playas; o a lo que sea, tampoco me voy a extender. En los periódicos, era un tiempo de tibieza informativa. Aparecían en las portadas las plagas de medusas en las playas, las procesiones de la Virgen de agosto, los festivales; y dentro había una sección que se titulaba Verano.
Sin embargo, ahora es que no se puede aguantar. Si te sientas en las sillas, delante de las casas de los pueblos junto a los ríos, te arriesgas a que te pique un mosquito criminal y te contagie el virus del Nilo. Si te quedas en el interior de la casa, y se va la luz, porque cerca hay algún enganche ilegal, te arriesgas a ser víctima de un golpe de calor.
En agosto, los presidentes del Gobierno se iban a Lanzarote o a Doñana. Los señores Sánchez se van a Lanzarote, pero además se llevan a Salvador Illa con su señora, escoltado por unos mossos. El presidente catalán no acudió el sábado al homenaje a las víctimas de los atentados islamistas en Barcelona porque se fue a Lanzarote. Junts se lo ha criticado; y también que la nueva consejera catalana de Territorio, Silvia Paneque, en una de sus primeras decisiones, ha contratado a su pareja como jefe de gabinete. Ha establecido su territorio. Sin complejos. Salvador Illa se lo habrá contado a Begoña Gómez para animarla.
Agosto era el triunfo del pueblo sobre la ciudad, el regreso a la infancia. Agosto era aquel tiempo proustiano en que la abuela te servía la magdalena en la merienda, después de que los niños se bañaran en la playa o en el río. Las fuentes y los pozos, los geranios y los jaramagos. Los trenes que llegaban con retraso, o los atascos de coches en las carreteras con baches (en eso vamos a peor, gracias a Óscar Puente, un gran ministro) cuando la familia lejana volvía a Andalucía desde la emigración.
En aquel tiempo, en Cataluña, no se hablaba de cupos, ni de cuponazos. La gauche divine estaba de vacaciones disolutas en Cadaqués o Sitges. O quizás en Lanzarote.
Los gozos de agosto ya no son lo que eran. Los tiempos cambian, puede que a peor. Y cada año vienen más turistas. Hasta Puigdemont ha venido de turismo, aunque no llegó a Lanzarote y se fue pronto.
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