
JEREZ ÍNTIMO
Marco Antonio Velo
Finca ‘La Jandilla’: Manolete con los hermanos Domecq Díez
La ciudad y los días
Victoria, Fundación, Rosario, Exaltación, Quinta Angustia, Pasión, Valle. ¿Qué día puede compararse con este? Desde primeras horas de la tarde, llamando las campanas a los oficios, todo es distinto. La Semana Santa está en su centro. Mientras, dos pasos tiemblan de impaciencia en sus basílicas, hambrientas las sagradas imágenes de calle, de puertas que se abran en la medianoche y a la una de la Madrugada, para darse del todo a todos; un salmo suspenso aguarda sobre un monte Calvario de caoba, entre hachones; el hijo de David abraza en la clara penumbra de San Antonio Abad su cruz de carey y plata como el futuro rey abrazaba el arpa para que el mal espíritu se retirara de Saúl; y a media tarde ya hay plumas y corazas por el Arco. Dicen que la Madrugada se come el Jueves Santo. Es y no es verdad. La Madrugada consuma y culmina la Semana Santa como el Gran Poder y la Macarena consuman y culminan la Madrugada. Lo dice quien toda su vida ha sido nazareno del Silencio y del Calvario. Porque consumar no es dañar, sino dar total cumplimiento; culminar no es borrar, sino dar cima. Y lo que vale para el Jueves Santo, vale para toda la Semana Santa. Sucede con esto como con los mandamientos: que se resuman en dos no niega los otros ocho.
En tiempos más generosos esto se reconocía sin hacer de menos las hermandades a las que cada cual perteneciera. En 1921 escribió Chaves Nogales del Gran Poder: “La capilla donde se venera esta imagen, es la sensación más fuerte, más definitiva, que hemos recibido de la devoción de un pueblo”. Y nadie se quejó. En 1938, describiendo por qué “la alegría de la Macarena arrastra a todos los sevillanos”, escribió Romero Murube: “Cuando ya la noche parece consumida en la más dura penitencia, y todo es llanto, dolor, amargura y muerte, surge de pronto, inesperada, arrolladora, desbordada, cristalina, radiante entre sus luces temblorosas, riente, viva, humana y celestial a un tiempo, la Macarena, la gracia, la alegría, la flor de nuestra ciudad y la sonrisa de nuestra alma”. Y nadie, ni de ruan ni de capa, se ofendió. En 1956 declamó Rodríguez Buzón: “¡Quien vio cruzar al Gran Poder, vio caminar a Dios mismo!” y remató su letanía Macarena con el famoso “Reinas habrá, pero como Tú, ¡ninguna!”. Y, lejos de ofenderse, los cofrades lo sacaron a hombros del San Fernando. Quizás es que éramos menos acomplejados y más objetivos y generosos.
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