El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
Tribuna libre
LA huelga general en la Sierra de Cádiz, convocada por el SAT, forma ya parte de las hemerotecas. Tratar por la casta dominante de amortiguar su impacto, bailar cifras o descafeinar la participación en la misma, es vana intención de negar la evidencia: la huelga ha sido un éxito. Tratar de atribuir su seguimiento al miedo al SAT y al SOC, una necedad.
Pero más allá de la movilización, está soterrado el mensaje. Un mensaje de auxilio, de reivindicación de una comarca que se agota y languidece -como muchas otras- derrotada por el desempleo. Si el socialismo, ese socialismo de izquierdas, fuera lo que dice ser, recogería con elegancia, con clase, ese mensaje lanzado en una botella a un mar de injusticia social.
Pero ese sería el socialismo de Pablo Iglesias, un socialismo ya, en la lejanía, utópico. Un socialismo de clase, de defensa de los más modestos, que ha sido desterrado por esa socialdemocracia de aparato, de sillón. Desterrado por ese régimen que agonizante da sus últimos coletazos ante la masa social que se rebela. Un socialismo que en la provincia es ejemplificado en la figura opaca y ajada, pero siempre omnipresente, de Francisco González Cabaña.
¡Qué gran oportunidad ha perdido el de Benalup! En otros tiempos, el socialismo a la antigua no hubiera dudado en responder a la llamada de los que sufren; en admitir que, por mucho que se haga, aún es necesario hacer más. Pero los aparatos de partido, a los que muchos políticos de nuestra provincia de unos y otros bandos han vendido su alma, no entienden de personas. Allá, en su cosmovisión, la humanidad y sus problemas les son ajenos. Todo y por todo se convierte en clave de voto: los hombres y mujeres y sus miserias en rédito electoral. Por eso, como el ladrón del dicho, dirigentes socialistas no dudan en señalar que esta huelga persigue intereses políticos y de protagonismo. Cabaña, como el monstruo político que es, no duda en llegar a la mentira, a negar con convicción la mayor. Según él la huelga ha tenido "escasa repercusión". Lógica aplastante del poder que en su locura rechaza la evidencia. En todo caso, aunque la huelga fuera secundada por escasos ciudadanos y ciudadanas de la Sierra, ¿no se merecerían acaso algo más que el menosprecio de Cabaña?
La Sierra de Cádiz ha hecho una reclamación contundente, que no puede ser sobreseída. En la balanza, de un lado, el trabajo de cientos de afiliados del SAT y el apoyo de ayuntamientos bien identificados y de representantes políticos de la comarca, fundamentalmente el PA e IU y apoyos puntales del PP en algunos municipios. En el otro extremo, la solidaridad de cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas de la Sierra que han lanzado un grito de desesperación. Los damnificados han sido el binomio fáctico, UGT y CCOO, que han visto como el trabajador, el jornalero, el autónomo o la pequeña empresa les daban la espalda. La credibilidad de los grandes sindicatos se ha agotado en la Sierra de Cádiz desde el mismo momento en que trataron de anular una movilización que ya no podían contener. Cañamero, el SAT y el SOC disfrutan de una merecida gloria, si bien lo que tienen que llegar a la Sierra son las medidas de rescate y auxilio, políticas y hechos concretos. Para ello, mucho debería cambiar en el PSOE provincial. Pero ese cambio debería ser más bien una auténtica mutación que se llevase consigo declaraciones como las del presidente de la Mancomunidad de la Sierra de Cádiz, Alfonso Moscoso. Moscoso, alcalde de Villaluenga, no dudó en sentenciar sin pudor que el SAT y el SOC habían "sembrado el terror en la Sierra de Cádiz". Tan osada afirmación, que pudiera basarse si acaso en algún hecho puntual, se torna en calumnia cuando se trata de aplicar de manera general. En la mayor parte de los pueblos ni siquiera hubo aparición de piquetes, uno de los casos más evidentes, el de Olvera, mi propio pueblo. Éste, por cierto, es el pueblo del que es concejal el diputado socialista Francisco Menacho, el oráculo que auguró que esta huelga "sería un desastre" y que "sólo triunfaría en tres pueblos". Lo de Menacho es su tradicional soberbia, lo de Moscoso un intento de empañar, a la manera de la patronal más dura, un éxito del proletariado.
Han sido dos semanas en las que cientos de personas han dado lo mejor de sí para que esta huelga fuera un éxito. De ellos, de los humildes pero generosos de corazón, es el triunfo. Otros, se incorporaron al final, en la foto de la pancarta. Quizá por ello, cuando se vean en esas fotos y su conciencia les recuerde que en todo este periodo no han aparecido por la Sierra de Cádiz, esa misma conciencia les traiga el remordimiento. Y ese remordimiento les llevará al llanto sordo, el mismo llanto que se esboza en las gargantas de miles de trabajadores y trabajadoras de la Sierra. Pero, en su caso, en el de los políticos, será el llanto de comprobar en lo que se han convertido. De comprobar que al mirar alrededor ya no ven personas y dramas humanos, sino votos.
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