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Descanso dominical
Las mejores herencias no incluyen visitas al notario ni letra pequeña, no llevan uncidas miserias baratas o cuentas pendientes, no son una despedida con olor a piso vacío y nada tienen que ver normalmente con el maldito parné. Las herencias de verdad se empiezan a cobrar en los años párvulos, cuando necesitas muy poco para tenerlo todo. Se quedan impresas en un álbum de fotos, en los pasillos del pensamiento y en las poquitas certezas que nos definen, las que sujetan el andamiaje ahí adentro.
La fe rociera es una de las grandes herencias que me legaron mis padres. Hace tiempo que lo sé. Cuando reparo en ello siempre vuelve la cara de la Virgen en un lienzo con marco estelado que iluminaba los días en el dormitorio principal de la casa. Y veo la pegatina de Radio Popular de Jerez que guardé durante años con su silueta azul; y aparecen en el pensamiento el padre Agustín, tío Antón, mis abuelos, las casas de Jerez y la de La Palma, los Bernal, Sibajas, Santo Domingo, el azulejo, los mulos, las carretas, el tintineo, el coro de la Hermandad. Las noches de radio desde el Coto, Pepe Antonio micrófono en ristre. Y me viene la primera Peregrinación, una incursión de apenas treinta o cuarenta caminantes por las arenas de la inmensa Doñana. Al llegar a Palacio, terminada la primera etapa, todavía tuvimos fuerzas para jugar un rato al fútbol con un balón improvisado en una pachanguita de cuatro o cinco chavales en la que también estaba mi amigo Feli. Su padre, Felipe Merino, era el Hermano Mayor en aquellos años. Como lo es en la actualidad Joaquín Vallejo y como lo fueron, entre otros y por citar los que más recuerdo, mi tío Paco Benítez, mi primo Rafael Mateos, Felipe Morenés y el gran Antonio Camacho, padre de Isaac.
No todos los días se estremece Jerez así, no siempre hay tanta unanimidad en torno a las bondades de una persona como con la marcha de Isaac Camacho. Aunque no tuve la suerte ni la ocasión de ser su amigo, sí pude captar, como tantos, su mirada limpia y transparente, cargada de verdad y emoción; la bienvenida de su sonrisa ancha, que era un abrazo a todos los efectos; el marchamo de señor, caballero y buena persona que siempre le acompañó. Los rocieros jerezanos son ante todo una gran Hermandad, en el sentido más literal de la palabra y lo volvieron a demostrar en la misa de Santo Domingo con la que se abrieron las puertas del Cielo para Isaac Camacho. Así se despide a un hermano, a alguien que llevó su fe a la Virgen del Rocío por bandera, que fue un ejemplo de bonhomía, devoción y buen hacer en la vida. No se puede dejar mejor herencia.
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