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La conmemoración del 2 de mayo madrileño, y la consiguiente parada militar en la plaza de La Gavidia, en recuerdo de los capitanes artilleros don Luis Daoiz y don Pedro Velarde, nos traen a la memoria a otros dos héroes sevillanos de aquella guerra, homenajeados en el callejero hispalense, pero que acaso el lector haya pasado por alto en sus felices o afligidos vagabundeos por la urbe. Todavía en el plano de Álvarez de 1860 figuran con sus antiguos nombres: calle de Bancaleros y calle de las Boticas. Diecinueve años después, sin embargo, recibirán sus nombres actuales, González Cuadrado y Palacios Malaver, los cuales hacen referencia a dos mártires de la Independencia, ajusticiados en la plaza de San Francisco, a las dos de la tarde del 9 de enero de 1811.
Por los anales de José Velázquez sabemos que el escribano don José González Cuadrado y el batidor de oro don Bernardo Palacios Malaver fueron agarrotados en la plaza de San Francisco, tras negarse a revelar el nombre y el número de quienes conspiraban contra el ejército de ocupación. Ambos conjurados fueron presos en la cuesta de Castilleja, el 28 diciembre de 1810, junto a doña Ana Gutiérrez, esposa de Palacios Malaver, quien portaba relevantes documentos cifrados. Se sabe que el delator fue un confidente llamado José Avendaño, alias Pantalones. Y también que ambos se negaron a traicionar a sus compañeros, a pesar de la insistencia del Barón de Darricau y del jefe de Policía, Miguel Ladrón. Por la prosa enardecida y dramática de Alfonso Álvarez-Benavides nos informamos del destino de los restos mortales de ambos héroes: la fosa del patio de los Naranjos, donde se daba sepultura a los ajusticiados. En esta misma fosa se arrojarán, acabada la guerra, los restos de don Francisco de Cabarrús, el ministro de Hacienda de José Bonaparte, soberbiamente retratado por Goya en 1788. Cabarrús había muerto en Sevilla en 1810 -como dos años antes Floridablanca- y fue inhumando honrosamente en la catedral. En 1814, sin embargo, su condición legal de traidor le deparará este postrer destino a sus huesos.
Por Velázquez sabemos, de igual modo, de la entereza de González Cuadrado al momento de su muerte. Unas horas antes, la promesa de un indulto, previa delación de los conjurados, había hecho responder al admirable escribano: "Dos hombres nada importan en el mundo, y salvan a muchos buenos". Que el caminante aminore su paso en estas calles y tenga un recuerdo para estos dos nobles y desdichados hijos del Ochocientos.
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