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La protagonista del nuevo anuncio de la Lotería de Navidad pasea por una ciudad vacía. Antes Amenábar tuvo que poner de acuerdo a mucha gente para vaciar la Gran Vía en Abre los ojos, pero ahora con un ordenador es más fácil. La gente puede estar ahí, pero podemos borrarla. Así que esas calles en las que no vemos a nadie están llenas. Me gustan estos juegos, especialmente en la fotografía. Ignacio Pereira muestra una serie de lugares públicos siempre concurridos, como el cruce de Shibuya o Times Square, con una calma insólita, siempre con un peatón solitario y perdido, como caído del cielo. Bleda y Rosa fotografiaron campos de batalla que hoy son sólo campos. En todas estas series está presente la ausencia.
El espacio está vacío de significados, y nosotros lo vamos llenando, a veces por motivos caprichosos, a veces por la fuerza del hábito. Durante un tiempo me dio por correr. Me iba a los bajos del puente del Cachorro y no paraba hasta llegar al Huevo de Colón. El huevo era mi norte, la mitad de todo. Hacer el mismo camino cada día lo convirtió en un ritual, y me uní a esa escultura gigante como hacen las anguilas con el mar de los Sargazos.
Un día me puse a correr por la otra orilla, mucho más salvaje y secreta, con el fin de llegar al huevo cruzando el río. Llegué al final, junto a los estudios de RTVE, y vi que el río se acababa. El río, que no es el de ahora pero sí el de antes, como sabrán los sevillanos curiosos, acaba en una suerte de remanso, y puede uno cruzar al otro lado sin pasar sobre el agua. Se puede cruzar a la otra orilla sin salir de esta. Y el río, como es normal, nació de nuevo en mi cabeza, como salió Atenea, ya crecidita y armada, de la cabeza de Zeus.
El espacio y la forma de pensarlo y de mirarlo están llenos de trampas como esta. Esta relación caprichosa entre lo permanente y lo esquivo, especialmente en las ciudades, ya fascinó a Baudelaire, a Benjamin, a los situacionistas. La Caja Books acaba de editar La ciudad sin imágenes, de Juan Gallego Benot, un librito que hereda esta tradición y que es breve de leer y largo de pensar. Su protagonista olvida las caras, tiene mala memoria, y es tal vez por eso que bebe en las mismas fuentes que el arte contemporáneo: la intuición, la sugerencia, la sorpresa, la posibilidad de otra vida en esta. Gallego Benot escribe de arte, de hecho, y creo que estaría de acuerdo conmigo en que, de algún modo, la memoria es un lugar vacío lleno de gente, y la vida un río sin orillas.
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