Marco Antonio Velo
Jerez: la calle Don Juan, Luis Ventoso, Loreto y el gesto de María Luisa
La ciudad y los días
El año que está en puertas se cumplirá un siglo del estreno de El acorazado Potemkin en el teatro Bolshoi, fruto de un encargo estatal para celebrar el veinte aniversario del levantamiento de 1905. Me adelanto al evento para animar a que se proyecte en el Maestranza acompañada por la extraordinaria partitura que el olvidado compositor vienés Edmund Meisel escribió para su estreno en Berlín en 1926, queriendo el importador de la película mejorar la discreta partitura con músicas de archivo que acompañaba a la película después que Eisenstein no lograra que Prokofiev compusiera una partitura original. Meisel la creó con el entusiasmo de su militancia comunista en doce días, en estrecha colaboración con Eisenstein, y con ella revolucionó la música de cine al utilizar atrevidos recursos contemporáneos –incluso ruidos de máquinas– y estudiar plano a plano la interacción dramática entre las imágenes, su revolucionario montaje y los ritmos de la música.
Breve revolución fue la suya, por desgracia, porque tras el estreno berlinés la partitura se perdió, Meisel murió cuatro años después con solo 36 años –tras terminar la gigantesca partitura de Berlín, sinfonía de una gran ciudad– y cuando llegó el sonoro a la película le endosaron un popurrí de Shotakovich. Fue en los años 90 cuando el compositor y director Mark-Andreas la reconstruyó y orquestó a partir de una versión para piano y se le devolvió a la película su trágica, épica y modernísima grandeza sonora.
En España esta “máquina de hacer comunistas”, como fue llamada con razón (al igual que la no menos creativa El triunfo de la voluntad fue una máquina de hacer nazis), fue prohibida por la dictadura de Primo de Rivera, proyectada durante la Segunda República en cine clubs y algunos cines de barrio importada por Film Popular, dependiente del Partido Comunista. No es necesario que les diga que entre 1939 y 1975 fue prohibida otra vez. El estreno por así decir oficial no tendría lugar hasta el 24 de julio de 1977, en una sesión de gala con asistencia de Santiago Carrillo y una nutrida representación de embajadores de países del Este. Como el estreno de El gran dictador en 1976, que hacía estallar en aplausos a los espectadores tras el discurso de Chaplin, fue uno de los símbolos de las libertades recuperadas por la Transición. A ver si el Maestranza y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla se animan.
También te puede interesar
Lo último