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El tipo se hacía llamar ‘El Duque de lo Imposible’ y era un aristócrata de los tabancos, donde tenía su hábitat más propicio. Nacido a principios del siglo pasado, cuentan las crónicas que tropezó en todos los bujíos que salpicaron el mapa de Jerez entre las décadas de los veinte y los cincuenta. Francisco Torreira, que así se llamaba el interfecto, solía pisar las calles y los bares vestido como un dandi que va a la ópera, aunque también se le pudo ver alguna vez en pijama, desvelado de vasos, sujetando una barra de guardia. Lo cuenta Óscar Carrera en un artículo magistral publicado en lavozdelsur.es, donde bautiza al personaje como “el príncipe de los bohemios jerezanos”. Torreira es el Duque que le dio nombre al famoso tabanco de la calle Juana de Dios Lacoste. Allí existía una puerta trasera por la que los cabales y los curdelas -había quien encajaba en ambos perfiles- se colaban de extranjis para escuchar flamenco y poesía. Una noche cantaba Caracol y balaba una tal Lola.
Lo que fue el tabanco del Duque ha vuelto a la vida esta semana como oficina técnica para la carrera de Jerez hacia la Capitalidad Cultural Europea de 2031. Si el fantasma de Torreira anda todavía por el lugar se habrá llevado un disgusto como un camión porque, aunque el día de la inauguración danzaron de mano en mano algunas copas de fino y había hasta una bota perfumando la sala, se lo llevo todo Jesús Rubiales -catedrático de la venencia- cuando terminó el evento. Allí solo volverá a derramarse el vino si Jerez consigue el título al que aspiramos, una misión que, en un giro poético del destino, teniendo en cuenta lugar elegido para la sede de la candidatura, muchos consideran “imposible”. Pero no lo es tanto…
Es verdad que produce cierta congoja, por no decir que acojona mucho, la nómina de rivales a la que nos enfrentamos. Dejé de leer después de ver los nombre de Granada, Toledo y Oviedo, pero hay alguna más. Igual de cierto es que ninguna ellas ha sido bendecida con la genética de Jerez. La esencia es nuestra principal fortaleza. El flamenco y el pueblo gitano, el vino y el campo, la gastronomía, el caballo. Jerez tiene los mejores avíos, pero nunca ha sabido hacer un buen puchero con ellos. Ahora es el momento. La oportunidad para consolidar y tejer una red cultural sin altibajos, solida, y estable todos los días del año. Si Bruselas busca una potencia de la cultura donde ya todo esté hecho, mal vamos. Pero sí, por el contrario, y aquí es donde está la clave, prima el poder transformador de la capitalidad en el territorio, tenemos muchas papeletas. El puchero está en el fuego. Y nos puede salir bueno. Es posible.
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