Línea de Fondo
Santiago Cordero
Xerecismo
Crónica personal
La Justicia funciona como funciona. Pocos están satisfechos porque la lentitud es exasperante; inquietan las sentencias claramente injustas, aunque se atengan a la legalidad; es incomprensible que se haya condenado a más años de prisión a delincuentes económicos que a violadores; y la evidente tendenciosidad de algunas sentencias demuestra que todavía hay jueces y fiscales que se dejan llevar más por su ideología que por su obligada profesionalidad. Pero al menos en este país ha quedado claro en los últimos años que los corruptos no quedan impunes por importante que sea su papel en la sociedad.
Los partidos reaccionaron con prontitud ante las exigencias de los ciudadanos de que actuaran con contundencia, y desde hace unos años tanto PP como PSOE dejaron de lado su tibieza y se aprestaron a las bajas de militancia y pérdida de cargo ante las informaciones de comportamiento irregular.
Hoy, cuando se acaba de conocer que Rodrigo Rato puede ingresar en prisión de forma inmediata si su abogado no consigue paralizarlo a través de recursos, nadie podrá decir que al menos esos dos partidos protegen a los corruptos. Hablamos de un hombre que ha sido vicepresidente económico, impulsor de las medidas que pusieron a este país en situación inmejorable, gerente del FMI y con muchas papeletas para ser presidente del Gobierno.
Nadie creyó que Urdangarí pisaría la cárcel, y sin embargo cumple condena desde hace meses en Brieva. Nada menos que el cuñado del Rey y uno de sus mejores amigos. Han pisado la prisión el ex vicepresidente de la CEOE y el ex tesorero del PP, el todopoderoso presidente de Cajamadrid Miguel Blesa; el ex presidente del Barça, Rosell; dos de los hijos de Jordi Pujol, dirigentes madrileños y valencianos del PP, un "intocable" como el comisario Villarejo, la cúpula del independentismo catalán -excepto los fugados, claro- y amigos personales de presidentes del Gobierno. Es tan larga la lista y tan importante que se comprende la desazón de los españoles, que sienten que viven en un país de corruptos.
Tienen razón, la corrupción es una lacra que ha arrasado la credibilidad de los sectores en los que se sitúan los poderosos, como está ocurriendo en muchos de los países de nuestro entorno. Pero al menos nos queda una satisfacción: no hay impunidad para los corruptos, no hay componendas para salvarles del castigo. El que la hace la paga, por influyente y protegido que parezca. La sentencia de prisión para Rato es el último ejemplo.
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