Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Desde mi córner
AQUÍ, en este país aún llamado España, se ha perdido el oremus en todos los sectores de la sociedad. Aquí, entre pactos, pasteleos y aparición a diario de nuevos mangazos, la cosa discurre atravesando zonas de turbulencias. Lo último ha sido esa propuesta de sanción al Sevilla que desde todos los puntos cardinales se estima desmesurada. Es como si el fiscal pide garrote vil para un tironero que le quitó el bolso a una mujer, tal que así.
Y aparte de la desmesura que nadie discute está lo del agravio comparativo. Sentirse agraviado respecto al prójimo es el colmo en esta propuesta de sanción. No se tiene en pie dicha medida cuando oscila entre condenar a parte de la afición o a toda con la diferencia de que si es sólo a un sector, el castigo se va al doble. Es esperpéntico, pero no es más que el reflejo de una sociedad que camina a no se sabe dónde entre la fetidez de la corrupción inacabable y la ineptitud de los mandos.
Tenía pensado no escribir una sola línea más del oprobio de la final de Copa con la agresión a los símbolos más significativos de la nación. La forma en que algunos han manejado el asunto me hicieron escapar de la cosa. No es aceptable que la ominosidad de la pitada al himno haya sido utilizada por una gran parte de la sociedad para eclipsar el triunfo del Barcelona y la excelsitud de Messi. El Barça ya lleva en su pecado la penitencia, pero eso no mengua su valía.
Y he tenido que retomar tan deleznable asunto porque no se puede uno sustraer a lo del agravio comparativo. Ya sé que la mala educación anida en los estadios como aflora en las calles de este país nuestro, pero si se castiga el insulto de esos maleducados a personas o a instituciones deportivas no pueden irse de rositas los que aportan pitos para saludar de esa manera al que debiera ser intocable himno de todos, todos, los españoles. Y es que lo del agravio comparativo...
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