
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Turrones
Brindis al sol
Cualquier observador atento puede percibir que esta larga y sinuosa cantidad de cambios, pactados en silencio culpable y de confusa legalidad, impulsados desde la Presidencia del gobierno de España, y dosificados a pequeños pasos, sin apenas debate parlamentario, a pesar de los abusos que esconden, solo provocan en la vida pública un escándalo breve y limitado. Menos mal que, cuando menos, la prensa se hace cargo de denunciarlos. Pero no todos los días pueden llenar los diarios su primera página con los mismos tristes titulares. La cuestión empeora cada vez más, no sólo porque una especie de impotente resignación se instala en la calle y en una ciudadanía cansada de estridencias políticas, sino, sobre todo, porque no hace falta haber leído a Hegel para sentirse atemorizado ante la llegada de ese momento crucial en que una sucesión cuantitativa de pequeños cambios provoca, de manera casi imperceptible, una situación cualitativa nueva ya irreversible. Que es lo que tantos aliados parlamentarios del PSOE de Pedro Sánchez están con paciencia y tesón aguardando. Y entonces surge, una vez más, la misma pregunta de siempre: ¿qué hacer? Sería ingenuo esperar una rectificación por parte de Pedro Sánchez. Ha dado muestras de su distanciamiento ético ante esas fidelidades que antes determinaban la conducta de un político: convicciones, creencias, principios, promesas. Es un político que está instalado ya en otro mundo moral: es el modelo mismo, sin grietas, del nuevo nihilismo que ya ha llegado. El mismo que moviliza a esos otros nombres políticos tan presentes en la prensa en estos días. Y eso no es lo peor, porque a Pedro Sánchez, además, lo acompañan en su empresa política centenares y centenares de cargos que le deben obediencia y servidumbre obligada, ya que fuera del rentable trabajo que él les ha asignado, difícilmente tendrían otro acomodo en el aparato del estado. Un personal así, controlando todos los grandes resortes de la nación, suponen una carga inerte nada fácil de neutralizar. Quedaría otra opción: los partidos de la oposición, sobre todo el Popular, sí podrían tomar conciencia, hacer autocrítica, y comprobar que andan desnortados, como sonámbulos (un nombre muy empleado para calificar ciertos comportamientos previos a la Segunda Guerra) y como no están cortados de la misma tela de Sánchez, deberían dejar el sitio a otras promesas. Aunque es difícil que caiga esa breva. Finalmente, existe otra oportunidad: la calle, con una sociedad civil organizada, capaz de movilizarla, pero esta posible sociedad civil solo figura, en teoría, en los libros, y nadie se preocupa de darle vida.
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