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The Economist creó hace años un indicador de lo más imperial, a la par que sencillo, que permite comparar el poder adquisitivo de los distintos países, y que se basa en el precio que en cada territorio tiene la estrella de McDonald's: Índice Big Mac se denomina. Para poder comparar con él, es necesario que la gran multinacional estadounidense opere en un país, lo cual es a su vez indicativo de cuestiones políticas: no hay restaurantes McDonald's donde no hay paz. No es estrictamente por eso por lo que esta empresa ha cerrado sus establecimientos -de momento- en Rusia, pero algo tiene que ver, más allá de las sanciones de todo tipo con las que el mundo occidental repele con arsenal comercial y financiero la vigente agresión militar a Ucrania.
Esta semana hemos asistido al surgimiento de otro indicador, al hilo del desabastecimiento y encarecimiento de mercancías de consumo diario que está causando esta guerra, en cierta medida provocados por la histeria del tipo "papel higiénico" que surgió con el primer pánico pandémico, allá por 2019. Se trata de si hay existencias para nutrir a bares y hogares con la bebida "rubia y alta" -cantaba la Piquer- que abreva humanos desde tiempos inmemoriales. Una noticia en este mismo diario calmaba al personal, y recordaba que no lo es todo la energía -aunque sí casi todo- en la dinámica de producción, distribución y consumo en estos momentos convulsos: "La hostelería asegura que por ahora tiene stock de cerveza para atender a la demanda". A la espera de estudios con perspectiva que estimen cuántos nuevos alcoholistas -así se calificaba el rockero Silvio- creó el confinamiento, parece claro que la cerveza es una línea roja: ojito con ella.
No sabemos por cuánto tiempo, pero puede no haber lubina o leche semidesnatada en los supermercados, porque las personas ajustan su cesta de la compra sin mayor dolor; puede incluso que quienes no nos dedicamos al transporte regulemos a la baja nuestro consumo de carburante para el coche. Pero ay si no hay birra en la nevera o en los bares. Es un clásico en la historia que el precio del pan, si se desmanda, sea origen de revueltas sociales. También es constatable que la llamada Ley Seca ha sido origen de economías paralelas y del estímulo del crimen organizado. Por eso, hoy domingo, con cierta trivialidad, cabe reparar en cómo los pequeños placeres mundanos -o su riesgo, el vicio- son algo a tener en cuenta. Y no digamos en país donde el alterne en barra es un bastión económico de primer orden. Big Mac ni Big Mac: ¡cerveza!
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