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El tenis es un deporte en el que el público se comporta con educación, es decir, con respeto a los contendientes. Pero ya casi indefectiblemente hay un cretino en cada grada; normalmente varón, no necesariamente beodo, pero cretino al cabo, bien puede que canalla también. Quizá traumado por quién sabe qué. Su registro no es la censura ni la expresión de indignación o de gozo, sino el insulto. Sucedió el otro día en el torneo de Indian Wells, en el mismísimo primer juego del partido entre la que ha sido número uno del ATP Naomi Osaka frente a la rusa Kudermetova. Un tipo gritó a la japonesa: "¡Naomi, apestas!". La deportista, que ha confesado una fragilidad de ánimo que la invade cada tanto, se echó a llorar, y perdió el set en blanco, y el siguiente por 6-4. En fútbol -mi deporte preferido sin remedio, aunque puede ser el más sucio en el campo y en la grada-, se podría castigar con la clausura a un estadio por insultos racistas, y este del despreciable aficionado se da traza de tener que ver con la raza. No sabemos si era un WASP con el maletero de la camioneta hecho arsenal de fusiles de asalto, o un respetable ciudadano que observa sus preceptos religiosos, o sencillamente un cabestro de manual. El caso es que no tuvieron pelotas -de tenis- de intentar localizarlo y llevarlo al cuartelillo del sheriff del lugar.
Esta anécdota no invalida la pasión del torero Curro Romero por el tenis, que aun no habiendo pisado nunca un graderío en un campeonato, declaró: "Mi deporte preferido es el tenis: por el silencio". Era una época de espantás y bajonazos continuos del camero. De bronca, insulto, guasa y hasta rollos de papel de pandemia. Un deportista de élite debe, se supone, tener aguante y saber encajar insultos. Eso afirma el tenista Andy Murray acerca del episodio. Ya vemos que se puede llegar a ser número uno mundial sufriendo ataques de ansiedad y pudiendo colapsar ante la humillación (eso pretende ser un insulto: nada más, quizá adobado con regüeldos que provocan los cristalitos del estómago de quien lo profiere). No se trata de un insulto sin sangre hacia otro que no está delante, ni de la violencia verbal que acompaña a una trifulca. En este caso, se trata del ataque despiadado de un sujeto incógnito que ha pagado 500 dólares por el asiento. Un hombre que le dará palmaditas a su hijo si pega en el jardín de infancia, o que quizá fue puteado por otros niños de pequeño: "Bien hecho, yúnior, ése es una nenaza. La vida es dura". Camuflados, algunos de esta calaña habrá en cualquier reunión de padres del colegio.
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