Marco Antonio Velo
Jerez: mis conversaciones con Francisco Holgado Ruiz (y III)
¿Cómo me las maravillaría yo para escribir este artículo? Posiblemente recordando a un torbellino de colores con nombre de mujer… ¿Quién dijo que ella, la Faraona, en el firmamento poder no tuviera? Ni nublado de tiniebla y pedernal, ni potro desbocado que no sabe dónde va, ni tampoco un desierto de arena. Lola Flores, antes bien al contrario, fue una eclosión constante de tronío, de arte, de poderío, de raza, de energía. Coraje, garra, reivindicación, arrojo, ímpetu. Morenez. Zambra y peineta. Bata de cola. España. Jerez. Ignoro si alguien preguntó alguna vez a la universal jerezana qué tiene la Zarzamora, que a todas horas llora que llora, por los rincones. Entrevistas atendió a espuertas a lo largo de su fecunda trayectoria. Unas de regate corto y otras de carácter intimista. Hoy, sin mayor dilación, nos vamos chutando -pegándonos patadas allí donde la espalda pierde su honroso nombre- hacia un Jerez en blanco y negro. Que no necesariamente en Franco y Negro, por citar el ocurrente título novelesco del académico y escritor José Carlos Fernández. Hacia un Jerez antiguo y hacia una entrevista con enjundia y rigor periodístico. Nos retrotraemos a varias décadas atrás. Pongamos que hablamos de comienzos de la década de los años 50 del pasado siglo. La sociedad de jerezana era un epítome de saber estar. La eme con la i, Miserere. La te con la erre, tradición. La e con la eme, empaque. El jerez, con jota minúscula, jamás constituía un brindis al sol. La copla poseía mando en plaza...
Año 1952. Lola Flores había estado ese año en Jerez durante la Semana Santa. Llegó el Lunes Santo en loor de multitudes. El Hotel Los Cisnes era un hervidero de reclamos y piropos. Lola, tras los días santos, se marchaba para hacer las Américas. Había roto, recientemente, su dúo artístico con Manolo Caracol. Se encontraba preparada para hacer carrera por sí misma. En cuanto a su código de valores apenas resta ninguna diferencia entre la Lola de 1952 y la que hemos conocido a partir de entonces hasta el fatídico día de su fallecimiento. Genio y figura, hasta la sepultura. A mayor gloria del arte español. A duras penas, a trancas y barrancas, los periodistas jerezanos pudieron acercarse a la estrella nacional -acompañada entonces por su madre-. Allí intercambiaron unas primeras impresiones. Entre los periodistas locales tomaron buena nota los señores Vara, Ayaso y Liaño. Este último, Manolo, don Manuel, enseguida se percató de que no se trataba del momento propicio para una entrevista reposada. La estancia de Lola Flores así lo reclamaba. De modo que se citaron ambos para veinticuatro horas más tarde. Mismo sitio pero ya espaciada la aglomeración. Manolo Liaño llevó preparada una batería de preguntas proyectadas para quien no suele morderse la lengua. No buscaba el cronista local jerezano una entrevista que cubriera -al paso- el expediente. Quiso sacar sustancia a la oportunidad, que a su vez lo era ni pintiparada para que la ilustre paisana contase ares y mares, y se explayara a sus anchas a tenor de la potencia mediática que sus declaraciones siempre proyectaban. Lola se presentó a la entrevista con un elegantísimo traje azul, dudosamente escotado, con lunares rojos…
El enclave del Hotel Los Cisnes no tenía parangón. Amén el prestigio hotelero, contaba con cinco plantas y 125 habitaciones. Calle Larga. Gran fama adquiriría la belleza de los jardines situados al fondo del patio central. El cuestionario de Liaño comenzó con un primer interrogante a portagayola. Lola no toreó ningún interrogante a pitón pasado. Se encontraban dos profesionales frente a frente. El primero había diseñado un cartel de Puerta Grande. La segunda ya se sabía, de antemano, saliendo a hombros. El mítico periódico ‘Ayer’ era la plaza elegida. La entrevista no se publicaría hasta después de Semana Sana. Exactamente el miércoles 16 de abril. El porqué rompió con Caracol constituyó el primer tramo de la interviú. “Porque estaba un poco cansada”. ¿De qué? “De sus celos artísticos, de su carácter”. Acto seguido ya Lola se deshace en elogios hacia el Caracol cantaor gitano. “Francamente, creo que es un artista que nadie podrá igualar”. ¿Quién ganaba más de los dos cuando actuaban juntos? “Los dos iguales. En eso tengo la plena seguridad de que Manolo fue siempre muy honrado”. El contrato de América fue definido por Lola como “fabuloso. “En 20 meses ganaré seis millones de pesetas, aparte de dos mil pesetas diarias de dietas. Y el aliciente de visitar varias naciones de las mejores del mundo: México, Cuba, Venezuela, Puerto Rico, Colombia, Estados Unidos, Canadá”.
El primer destino sería Nueva York: cuatro días para una audición destinada a los principales empresarios y periodistas estadounidenses. En México actuaría en dos sitios prácticamente a la vez: el Teatro Iris y la Sala de Fiestas Capri –“en esta sala actúa precisamente Imperio Argentina”-. Para entonces se había corrido la voz de que Lola iría acompañada de una jovencita de innegables virtudes artísticas… “Cierto. Mi hermana Carmen. Una chiquilla con quince abriles que canta como los ángeles. En América debutará, precisamente”. Lola Flores se había separado, en los escenarios, de Manolo Caracol. Pero había fichado a una cantante joven a la que conocía desde que su madre la trajera al mundo. Nacía, a la fama, otro ídolo de su misma sangre. Lola Flores, ya para siempre, estaría a la vera de Carmen, siempre a la verita suya.
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