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Jerez íntimo
Al cofrade, en tanto su condición de tal, no se le exige ser más listo que Cardona, ni mucho menos, pero sí saber diferenciar los pájaros de mal agüero de las cabañuelas de agosto. Los primeros, por ominosos, -más que pájaros, pajarracos- sólo traen ruina. Las segundas, por puntuales, predicen el clima -sin calcomanías- de ida y retorno. Los primeros son borrones sin cuenta nueva. Cuando se trata de construir, se van de picos pardos. Las segundas, tictac de un almanaque por lo divino, son dulces y bienhadadas. El cofrade da volantazo a las horas muertas, pero no a las deshoras. El cofrade sabe que sus horas extras no cotizan. Quisicosas de la vocación. Y de la condición cristiana. Y privilegio de una ciudad -cualquier ciudad no sólo de la Baja Andalucía- cuyas arcas no contaría con parné suficiente para sufragar la mano de obra de cuánto cuesta montar la Semana Santa. La mano que mece la cuna, para bien, de la realidad de la Semana Mayor es la del cofrade dando martillazos gratis et amore a las tantas de la madrugada durante las vísperas del gozo. El cofrade no desatiende el espejo retrovisor de la memoria. Mirar hacia atrás resulta de vital necesidad para pulsar el latido de la sangre de esta bendita tradición tan de acervo histórico-artístico-religioso.
El cofrade íntegro, el que se viste por los pies sin pecar de chaquetero -ni de oportunista ni de novelero-, honra a sus antecesores y acude a las contrastadas fuentes archivísticas (donde no cabe la tergiversación a pitón pasado). Ya sabemos que la intrahistoria de las cofradías jerezanas está escrita por la conjugación del pretérito perfecto de sus nombres propios. Las hermandades son las personas. Y los hechos tal cual sucedieron. O sea: la suma del hombre y su acción pasados por la batidora del paso del tiempo. Joaquín Romero Murube acentuó esta aseveración el 15 de abril de 1962, según su artículo publicado en ABC de Sevilla: “Las cofradías son el cauce más humano, apto y eficiente para el ejercicio inmediato de esa recristianización que tanto urge en el mundo de nuestros días”. El periodismo, en este sentido, no debe aquilatar ni enlatar la posible inacción de la hemeroteca. Ha de salir a su paso. Y también al de las necesarias matizaciones con puntos sobre las íes. Elevar al papel prensa documentos gráficos del ayer también ejerce una función social: cuanto menos la de mostrar a las nuevas generaciones rastros y rostros de la Semana Santa de antaño.
Hoy no nos saltamos a la torera esta preferencia electiva. Para detener el tiempo frente al ritmo endiablado que nos empuja y al confusionismo babélico tan a la orden del día de los tentáculos de la era digital. Si el papel todo lo soporta, que sea para bien (esto es: para fundamentar un criterio), y no para, presuponiendo arteramente la ignorancia de los receptores, lanzar embustes sobre certezas. Asimismo aquí el periodismo ha de entrar a saco. Y entiéndase también por periodismo -¡faltaría más!- el literario/analítico de las columnas de opinión. En este miércoles 8 de enero del novísimo año 2025 no es necesario puntualizar ningún dato a medias falseado. Porque publicamos fotografía de una cofradía valiente en su idiosincrasia y en su devenir histórico. Nos remontamos a una década de profundos cambios para las hermandades (al hilo consustancial de las vertiginosas transformaciones sociales que entonces pulsaba España): los años 70. Viernes Santo de 1977. Primera cuadrilla de hermanos costaleros de la Virgen del Valle. Creció la expectación: ¡una cuadrilla de hermanos para un palio tal la categoría de la Hermandad del Cristo! Esta imagen vale más que mil palabras abiertas en agraz de emociones según la doctrina del Campillo. Figuran costaleros como el inolvidable enólogo de pro Manolo Lozano. ¡Cuánta nostalgia tan sólo con decir su nombre!, ¿verdad que sí, Fernando Fernández-Gao Palacios?
A su vez reconocemos a Rafael Valenzuela, gerente de la Venta el Pollo, sus dos hermanos, Paco Lechuga, Diego Lechuga, Feliciano Merino Sánchez, Paco Sánchez Correa, José Campos Benítez, Juan Carretero, José Luis García Sánchez como capataz y sus dos hermanos como costaleros, Rodrigo Daza (hijo del dorador), Pepe Domínguez, capataz profesional de la Virgen del Valle hasta el año 1976… Presidía entonces la cofradía una Junta de Gobierno prácticamente recién elegida: no en balde el 12 de junio de 1976 se celebró el Cabildo de Elecciones con la suficiente asistencia de hermanos a efectos de alcanzar el quórum necesario. De las mismas salió reelegido como hermano mayor Juan González García, a quien acompañaban en su equipo Miguel Ruiz Ruiz (teniente hermano mayor), Fernando Fernández-Gao Palacios (mayordomo), Antonio Merino Sánchez (vicemayordomo), Antonio Rosado Gómez (secretario), Nicolás Martín Gómez (vicesecretario), Juan Martínez Marín (vicetesorero), Salvador Galván Muñoz (vicetesorero), José Luis García Sánchez (prioste de cultos), y los ocho vocales: Manuel Orbello Toribio, Juan Luis Martín Prieto, Juan Pérez Gago, Luis García Ruiz, Feliciano Merino Sánchez, José González Mata, Manuel Lozano Salado y Diego García Sánchez. Dos meses más tarde se completarían estos cargos con el de director de la sección juvenil (sr. Rosado Gómez), y nuevos cuadrilleros de la 1ª y la 2ª Antonio Parra y Juan Pérez Gago respectivamente.
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