Jerez: del barrio de San Pedro a las elecciones del Nazareno

Jerez íntimo

Jesús Nazareno, en su altar de San Juan de Letrán.
Jesús Nazareno, en su altar de San Juan de Letrán.

18 de noviembre 2024 - 02:12

Tarde del pasado viernes: no me embarro en distracciones. La cabezada de sobremesa ha quedado relegada para mejor ocasión. Camino no precisamente a paso ligero, tal es diaria costumbre en quien suscribe. No rebusco ningún éxodo Jerez intramuros. La ciudad me ofrece una calma chicha de bermeja etimología. El aire no vulnera el paisaje por ninguna de sus aristas. Recorro, solícito, algunas calles del viejo barrio de San Pedro. La prisa ha desertado de estos lares. Allá por los últimos trechos de la calle Caracuel dos muchachas susurran frases cacofónicas. Me chirrían los oídos: absit injuria verbo. En la esquina del Cine Jerezano un septuagenario de complexión delgada, blanca tez, acusados pómulos, recio pelo cano cortado a cepillo, gafas que son quevedos de negra pasta, huesudo de formas, alto de estatura, risueño de semblante, como un quijote de dicción extranjerizante, me hace lentas señas con el dedo índice de la mano derecha. Como calibrando tímidamente la molestia que podría causarme. Baja a la mínima expresión el volumen de su voz. Arrastra una maleta que frena en seco. No sé por qué diantres imagino de sopetón que contiene un ordenador portátil ultraligero de 14 pulgadas y un centón de libros sobre Filosofía y política -o teoría de ésta- del estilo de ‘El contrato social’ de Jean-Jacques Rousseau, ‘Democracia y participación’ de Carole Pateman, ‘La República’ de Platón o ‘Leviatán’ de Thomas Hobbes

Enseguida me remonto a unas vacaciones navideñas de mediados de los noventa en las que, nunca por razones electivas, estuve alternando la lectura de ‘La política’ de Aristóteles con la novela ‘Carrie’ de Stephen King. La penetrante prosa de este libro de terror sobrenatural -tan viva e impredecible como los poderes telequinéticos de su protagonista- me fascinó tanto como la película de Brian De Palma -en cuyos fotogramas me zambullí al menos tres lustros antes-. Salgo del anonadamiento, regreso a la realidad y por ende a la atención que merece este señor, ya digo, de quijotesca silueta, hijodalgo del siglo XXI, que ha cambiado la compañía de un fiel escudero por su maletón con ruedas. Quizá tampoco albergará su interior ensayos políticos y sí, en cambio, regalos para sus nietos jerezanos. Me pregunta por la calle Gaitán. Mientras gesticulo algo semejante a unas orientativas indicaciones, pienso a la vez que Gaitán también fue calle, años 50, de mínimo catorce o quince nazarenos -de negro ruán y alto capirote- camino de San Miguel cuando la noche del Día del Amor Fraterno se tornaba ya Madrugada del Viernes Santo. La familia García renovando el rito de la túnica del Santo Crucifijo. Gaitán del niño Manolo Doña y del joven -ya profesor de Dibujo- José Ramón Fernández Lira. Gaitán del Restaurante de idéntico nombre en la sapiencia profesional, de modales exquisitos, de Manolo Candela. Gaitán de juventud de los padres de mi gran amigo de infancia Juan Carlos Vega Morales.

El viento se abre a codazos. El rastro de nadie muere en ningún sitio. De pronto las sombras se hacen más húmedas. La lluvia es tan indecisa que brilla por su ausencia. A ojos vista una hilera de niños entra y sale del Conservatorio. ¿Algún Beethoven en ciernes? Me agrada detenerme en el escaparate de ‘Prieto Música’, calle Rosario 11. Las flautas siempre estarán entretejidas a la memoria de don Camilo de Caso Garrido. Los viandantes compiten con cierto asomo de movilidad azulosa. La climatología cobra mal aspecto; empero prospera un deseo irreprimible de pasear estas callejuelas tan céntricas. Me dirijo hacia Santo Domingo para cruzar tan pronto pise el paso de cebras que me sitúa a la altura de San Juan de Letrán. Tomaré café -¿o un botellín de agua con gas?- en el bar Cristina. El cielo se encapota y el frío arrecia por trechos. Me saludan, siempre cordiales, cercanos, Vicente Prieto Barea, Carmen Tejero, Raul Castaño… Los hermanos de Jesús te acogen desde las entrañas, comúnmente haciendo tuya su casa, en esa elegante interjección de la hospitalidad fraternal y la bienvenida sin artificios. Como el Crucificado de la Buena Muerte al que rinden culto, todos ellos te abren los brazos. De igual a igual.

Pronto detecto la participación in crescendo de los cofrades del Nazareno en el Cabildo Extraordinario -de naturaleza abierta- de Elecciones. La normalidad campea como un signo consabido. Comparto enriquecedora conversación con uno de los cofrades más preclaros de la Semana Santa de Jerez: salgo ganando, con creces, por cuanto aprendizaje puedo extraer de quien considero uno de los más capacitados analistas a propósito de la relación Hermandades-sociedad: Pepe Castaño. Me siento abrigado por esta charla que te arropa de anécdotas, intrahistoria, costumbrismo, tradición, sentido eclesial, referencias in memoriam, recuerdos… Aún se desconoce la tendencia del voto. Lo que ha de ser, será. Ya de por sí es motivo de satisfacción no sólo el paso adelante de dos hermanos -Carmen y Vicente- dispuestos asumir la carga del cargo de máxima representación sino a su vez el alto número de aquellos otros que han presentado voluntades para trabajar como oficiales o auxiliares. Cuando emprendo el camino de regreso aún restan un par de horas para la finalización de la cita electoral. El escrutinio ya me pillará en mi domicilio particular. Sea cual fuere el resultado, la Hermandad del Nazareno siempre habrá triunfado.

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