
Gafas de cerca
Tacho Rufino
¡Lo que saben las redes!
La boda de María Pepa Romero Sánchez y el entonces joven alférez de aviación Álvaro Domecq Díez constituyó un sonado -fausto- acontecimiento en Jerez aquella jornada de sábado del 26 de marzo de 1938. Agradezco a la familia Romero haya depositado en mis manos la fotografía original que hoy ilustra esta sección periodística. La ceremonia tuvo lugar en la iglesia de Santiago, exornado para la ocasión con sus mejores galas. He indagado por acá y acullá para extraer los máximos datos posibles. La ocasión así lo merece con creces. Reposteros, guirnaldas de flores blancas, la potente iluminación eléctrica, también de cera. El baldaquino impresionaba a propios y extraños. Alguien comenta que parece construido con encajes de mármol por artista a quien inspiró la Divina Providencia. Los vecinos de tan popular barrio enseguida se aglomeraron en las inmediaciones del templo. A las doce, puntualmente, llegaba en un carruaje Landau, propiedad de la excelentísima señora doña Petra de la Riva, viuda de Domecq, arrastrado por dos soberbios caballos alazanes, la novia, muy guapa, acompañada por su padre Manuel Romero Benítez. Del brazo de éste hizo su entrada en el templo, por la puerta principal del mismo, seguido del contrayente, Álvaro Domecq Díez, quien daba su brazo a su abuela, María Gutiérrez de Díez y Pérez de Muñoz (Salvador). Los novios ocuparon los reclinatorios al afecto colocados en la parte superior del altar mayor.
Una nutrida orquesta, dirigida por el destacado maestro Francisco Navarro, interpretó la marcha nupcial de Mendelssohn. La novia lucía traje de creppé romano, con velos de tul, recogida la larga cola de aquel por su hermana Trinidad Romero. S. E. R. el obispo de Vitoria, doctor don Javier Lauzurica, “revestido de pontifical, con mitra y báculo”, bendijo la unión matrimonial -auxiliándole el arcipreste de las iglesias de Bilbao Domingo Aboza, el de las de esta ciudad Francisco C. Corona Humanes y los presbíteros José María Pastor Ojeda, José Antonio López Rico y Rafael Rodríguez Remesal. Las amplísimas naves de la iglesia estaban repletas de público. Se respiraba una atmósfera de bienestar. Irene Rubia de Celis cantó admirablemente el ‘Ave María’ de Shubert, ‘O salutaris’ de Fauret y el ‘Bendita sea tu pureza’, original del ilustre prócer jerezano Manuel Domecq y Núñez de Villavicencio, primer vizconde de Almocadén (que santa Gloria goce). Terminada la Santa Misa, el doctor Lauzurica pronunció fervorosa plática explicando las excelencias del matrimonio cristiano. Como no pudo ser de otra manera, tuvo párrafos del todo elocuentes para así dirigir los últimos a los ya desposados.
Los señores de Domecq Díez salieron, felices, de la iglesia, abriéndose paso entre una nutrida y compacta muchedumbre, seguidos de sus padrinos, testigos, familias e invitados para tomar asiento en el vistoso carruaje. Durante las calles que recorrió el cortejo anchas filas de personas saludaban desde las aceras, haciendo lo propio el público congregado en balcones, ventanas y azoteas del itinerario. El sol abría aspas de luz, como el anuncio encendido de una buena nueva. El nuevo matrimonio no cabía en sí, de puro júbilo. Por unos instantes se detuvieron en los claustros de Santo Domingo, donde el fotógrafo Pereiras recogió varias placas. Posteriormente, a la una y media de la tarde, llegaron María Pepa y Álvaro a la elegante morada de los padres de la desposada. Ante el representante del juzgado, Federico Abrines, firmaron el acta, a los efectos del matrimonio civil, los testigos. Por parte de ella: Rafael Romero Benítez, Manuel Romero de Aranda, Francisco Mier-Terán y Jaime Barrero, Rafael de Casso Romero y Cristóbal Romero Sánchez. Por parte de él: Salvador Díez y Pérez de Muñoz, Salvador Díez Gutiérrez, el marqués de Domecq, Juan Pedro Domecq y Díez y José Ramón Mora Figueroa.
Tras ser efusivamente felicitados/aclamados los novios, se procedió a servir un espléndido almuerzo, que corrió a cargo del veterano maestro Pepe Caballero con sujeción a la siguiente carta: consomé al jerez, huevos revueltos al foie gras, filetes de pescado Orly, medallones de ternera genovesa, lechugas de aves en Bella-Vista, helado, crema de chocolate en pirámide con macedonia de frutas al Klrack, bizcocho de boda y café. Vinos: Jandilla, Botalas, Río Viejo, Rioja López de Heredia, Champagne Domecq Brut, Coñac Carlos I y licores. En la mesa de honor ocupó una presidencia el obispo de Vitoria Dr. Lauzurica, que tenía a su derecha a María Gutiérrez de Díez y Pérez de Muñoz (Salvador), Rafael Romero Benítez y Josefa Romero, de Mier-Terán. Otra presidencia estuvo integrada por María Pepa y Álvaro, Domingo Abosa, Trinidad Romero, Salvador Díez Gutiérrez y la señora condesa de Puerto Hermoso. En la cabecera, los señores de Mora Figueroa (José Ramón). Una vez repartieron el pastel de boda y cambiar la novia las galas de desposada por un traje de viaje, salieron María Pepa y Álvaro en automóvil para Sevilla, Salamanca y Galicia, donde pasarían los primeros días de su luna de miel. Fueron objeto de afectuosas despedidas por parte de la numerosa concurrencia. La felicidad se expandió como un estallido de amor eterno.
También te puede interesar
Gafas de cerca
Tacho Rufino
¡Lo que saben las redes!
La ciudad y los días
Carlos Colón
Vente a Alemania, Pedro
Yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Inmigración ilegal y violenta
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Carnavales de Andalucía